Napalpí: el regreso de Rosa Grilo


Es media mañana en Colonia Aborigen y bajo la sombra de una gran mora llega a paso lento, de la mano de su hija Florenciana, doña Rosa Grilo, la última sobreviviente de la Masacre de Napalpí. Sus nietos Daniel y Marcos la sostienen y ayudan a sentarse porque la emoción inmensa de saber, de imaginar que “aquí está mi papá”, le hace pesar los cien años en su cuerpo y remueve recuerdos difíciles para ella, horrendos para cualquiera.
El tiempo en el Lote 39 es cálido, una brisa del sudoeste atenúa la intensidad del sol que azota a los peritos del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) que avanzan en la investigación por “la verdad”, según comentan los lugareños. Todos en el lugar están al tanto de las excavaciones que ya van en la segunda semana. Todos ayudan, otorgan el permiso para la búsqueda en unos 40 km a la redonda. Las tierras son comunitarias y las familias dividieron sus chacras donde residen.


La tranquilidad habitual de Colonia Aborigen está algo alterada por estos días. Llega gente que nunca fue y los otros que siempre buscaron la verdad sobre aquel genocidio de 1924. La comunidad permite esa búsqueda porque necesita cerrar aquellas heridas de las que casi no tenían permitido hablar, incluso hasta por temor.
Rosa tiene la vitalidad que falta en las grandes urbes. La paz de sus ojos, la tranquilidad en sus palabras transmuta una vida apegada a la madre tierra, difícil, con carencias, pero con el apacible temple que da el campo. Allí no hay apuros. Su vida fue tan dura que por años guardó en secreto aquellos recuerdos de la masacre. Algunos que hace un tiempo decidió contar.
Hoy es un día muy importante para Rosa e histórico para el Chaco. Después de la masacre, su familia nunca volvió al lugar. Y hoy aceptó la propuesta de una de sus nietas y pisó de nuevo el suelo del horror. “Casi me descompuse cuando llegué. Yo no sabía donde estaba mi papá. Mi abuelito me contaba. Ese día estábamos desnudas, con chiripá y descalzas cuando salimos disparando al pueblo viejo. Muchos dispararon, más gente se fueron lejos. Nos querían dar caramelos a las criaturas y mi abuelo y mi mamá me salvaron de que yo vaya tras de mi papá. Quería ir con él y mamá me agarró la mano. Yo lloraba y mi mamá me salvó de que no muera con mi padre”, así describe Rosa aquellos recuerdos vagos, pero impresos con dolor en sí.
“Gracias mami que me salvaste”, piensa en vos alta y suspira para dejar pasar el dolor. “Qué cosa triste esa”, exclama y cuenta que muchos le dicen “qué dura esa vieja” (sonríe).


Aquellos días fueron inmensamente tristes, tanto como para marcar cada surco en su rostro, tanto como para que los recuerdos no se vayan aunque haya pasado casi un siglo. No se sabe exactamente la edad de Rosa. Estiman que llega a los cien, y que en 1924 tendría entre dos y cinco años.
“Me contó mi abuelito que disparó al pueblo viejo llevándome en el hombro, descalzo y nosotros desnudos, tristes, muchos dispararon hacia al monte», recuerda Rosa, mientras las máquinas siguen removiendo el suelo del Lote 39 en búsqueda de posibles fosas comunes. “Cuando me avisó mi nieta le dije que sí. Yo tenía ganas de venir donde estaba mi papá, pero fue duro llegar hoy, fue triste”, cuenta.
“Están matando a niños y ancianos con el abandono”
Aunque parezca inimaginable en pleno siglo XXI, muchas familias aún no acceden al agua potable. Pero cuando las condiciones de vida son de vulnerabilidad y el contexto tan adverso, eso puede ser todavía más perjudicial para la vida de las personas. Y las comunidades originarias de Chaco, lamentablemente siguen demandando dignidad.
“El agua es lo principal, eso necesitamos porque hay que ir lejos a buscar cada vez. Hay que molestar a los vecinos por un poco de agua. Está cerca el agua, pero hasta la chacra no llega”, explica en alusión a que a unos mil metros del lote pasan las cañerías de agua potable. Recientemente, a los 100 años, Rosa pudo tener una vivienda digna, con comodidades y conexión a la energía eléctrica. Sin embargo, siguen esperando por el agua potable. No solo para su familia sino para las del Lote 40 que sufren la misma suerte.
“No le bastó al Estado con el genocidio del 19 de julio de 1924 sino que en la actualidad, la comunidad del lote 40 se encuentra en estado de abandono, nadie se hace cargo” denuncian desde la Fundación Napalpí. “Si bien Rosa Grillo tuvo algunas respuestas por parte del Estado provincial, exigimos para toda la comunidad que puedan acceder a derechos esenciales como el agua y la salud. Están matando a niños y ancianos, no con armas de fuego, sino con el abandono”, sentencian.
La desidia hacia las comunidades originarias es estructural. Años de abandono que merecieron en la década del ‘90 la intervención de la Defensoría del Pueblo de Nación, que fue determinante para que la Corte Suprema de Justicia ordene mediante medida cautelar la asistencia en materia alimentaria, sanitaria, provisión de agua potable y la fumigación y desinfección de los parajes, entre otros puntos alcanzados por la medida judicial. Sin embargo, esta orden sólo alcanza a una franja de la población indígena de la zona norte de la provincia y de hecho deja afuera a la comunidad wichí que también por esto días lleva adelante cortes de rutas en diferentes puntos de El Impenetrable por la situación de abandono que sufre.
Fotos: Jorge Tello
Categoria: Derechos Humanos/ Indígenas | Tags: Derechos humanos, Justicia, Pueblos Originarios | Comentarios: 1
ALICIA FRANCO DE TOURN
28 septiembre, 2019 at 4:50 pm
Conozco por haberme interesado por las masacre de las comunidades aborígenes, es lamentable inhumano aceptar lo sucedido, he escrito mucho. Sobre MELITONA ENRIQUE, Y LLEVO POR DONDE ANDO EN ENCUENTROS DE ESCRITORES LA VOZ DE TODOS LOS PUEBLOS DE MIS HERMANOS. YA ES IEMPO DE SACAR A LA LUZ TODA LA VERDAD, QUE EL CILENCIO SEA MAS FUERTE QUE MIL GRITOS Y QUE EL MONTE, TESTIGO MUDO PUEDA ACLARAR TODA DUDA DE LO QUE PASO. DIOS LOS ILUMINE.