Chaco For Ever de Mempo Giardinelli y el cuento como patria literaria

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Chaco For Ever de Mempo Giardinelli, publicado en 2016 por editorial Edhasa, es uno de los mejores libros de cuentos argentinos, en los que podremos encontrar algunos de sus textos ya clásicos, como El paseo de Andrés López, Kilómetro 11, Tiempo de cosecha o Luminoso amarillo, junto con los más recientes, verdaderas joyitas, como Jeannie Miller, Comelo o Nabucco.

Les propongo asomarnos a tres fragmentos de estos cuentos. Leamos primero el inicio de Nabucco.

“Nadie que no haya estado preso sabe lo que es el frío. Nadie, ni un jodido esquimal. Nadie.

Piensa Luis, caminando y caminando, y caminando por enésima vez los dos metros con sesenta centímetros que tiene la celda de largo, desde el negro portón de hierro hasta la pared con la ventanita enrejada arriba por donde entra la única, miserable luz diurna. El foquito de cuarenta watts, en el alto techo, permanece encendido y roñoso las veinticuatro horas.

Aunque enésima vez no. Luis sabe exactamente la cantidad de veces que ha caminado esa pequeña distancia, tiene perfecta conciencia de ella porque lleva contadas setecientas cincuenta y siete veces esos dos metros sesenta”.

Y a continuación, otro fragmento, esta vez del cuento Jeannie Miller.

“… A mí ella me encantaba, la verdad, y debo admitir que quizá me enamoré de ella pero nunca se lo dije porque nos habíamos hecho muy amigos y en aquella época yo pensaba que el amor podía ser una traición a la amistad. Pero fundamentalmente creo que no se lo dije porque yo era un chico muy tímido e inseguro. Por supuesto que cuando ella empezó a salir con Pelusa a mí se me revolvieron las tripas.

“… A mí ella me encantaba, la verdad, y debo admitir que quizá me enamoré de ella pero nunca se lo dije porque nos habíamos hecho muy amigos y en aquella época yo pensaba que el amor podía ser una traición a la amistad.(…)»

Se enamoró como se enamoran los adolescentes de modo definitivo y con una entrega absoluta, porque para los adolescentes –hoy lo sé- todo es definitivo y absoluto y aún no saben, ni quieren saber, que es la vida la que se encarga, después, de enseñar matices, requiebros e hipocresías. Digamos que se enamoró con una inocencia como la de esas violetitas que crecen sin que la gente de la casa se dé cuenta”.

Tercer fragmento de lectura, esta vez del cuento Naturaleza muerta con odio.

“Usted no sabe lo que es el odio hasta que le cuentan esta historia. Hay una enorme tijera de jardinero en el aire, de esas de doble filo curvo y que tienen un resorte de acero en medio de la empuñadura, que de pronto queda suspendida, en el aire y en el relato. Es como una foto tirada en velocidad mil con diafragma completamente abierto. Clic y el mundo mismo está detenido en esa fracción de tiempo”.

Mempo Giardinelli escribió, a propósito de la publicación de Chaco For Ever, que “el territorio y patria de un escritor es la infancia” pero que en su caso es, sobre todo, “sus lecturas”. Dicho de otro modo, su patria, su patria cultural es el territorio de sus lecturas y, por lo tanto, del magisterio de quienes supieron darle esas lecturas y abrir desde la generosidad de compartirlas, horizontes de sentido inesperados. Esa es la acepción de la palabra maestro para los mexicanos, el que nos sabe abrir nuevos mundos porque ama acompañarnos en esa aventura, porque sigue teniendo hambre de aprender. Hambre de leer y dar de leer diría Mempo.

Juan Rulfo, ese extraordinario narrador mexicano, creador de Pedro Páramo y El llano en llamas, fue el maestro por excelencia en la patria literaria de Mempo, en su forzado exilio, cuando en la Argentina no se podía leer en libertad y mucho menos escribir. Y también Pedro Orgambide, Edmundo Valadés, Augusto “Tito” Monterroso, Federico Campbell, Eric Nepomuceno y Agustín Monstreal. Y ya en la Argentina, el gran escritor cordobés Juan Filloy, la estupenda narradora rosarina Angélica Gorodischer y Marco Denevi.

“Ellos me enseñaro, con su amistad, confianza y sabiduría y sin jamás pronunciarlo, como hacen los verdaderos maestros, las dos vertientes que constituyen la médula de todo gran cuento: el fino humor sutil y la estremecedora tragedia, esas dos caras de la comedia humana a las que siempre alude y abrillanta la gran literatura desde el inicio de los tiempos, que es, claro, el inicio mismo de la literatura”.

Pienso ahora en esta afirmación de Mempo acerca de las dos grandes líneas temático-formales que atraviesan la existencia y experiencia del cuento. Y sobre todo me detengo a pensar en el rol de los mediadores de lectura, aquellos que pueden ser las voces familiares, docentes y adultas que nos rodean, las que pueden abrir, ensanchar o angostar y mutilar nuestra “frontera indómita”, que, según Graciela Montes, es el espacio dentro nuestro en el que crece la imaginación, la sensibilidad estética y ética, desde nuestra primera infancia.

¿Cuándo el encantamiento del lenguaje entró en mí? Cerremos por unos momentos los ojos y retrocedamos en nuestro tiempo de vida hasta alcanzar el recuerdo, la imagen y los sonidos de aquella persona, de aquella voz que al narrar o poetizar nos permitió descubrir un mundo hecho de palabras e imágenes al que sólo se podía llegar a través de un libro y se la lectura que alguien nos daba, nos convidaba como acto de amor.

Esa es la clase de lectura de la que estoy hablando. Esa es la clase de libros que necesitamos. Y esa, sobre todo, la clase de mediadores de lectura literaria que precisamos como el agua y el aire.

Leer y dar de leer Chaco For Ever de Mempo Giardinelli es una excelente propuesta para disfrutar de esa extensa y diversa patria literaria.

Francisco Tete Romero –Escritor, docente y editor.

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