El Coronavirus y yo

Por el


Capítulo 3: La ópera, el anarquista y el virus

Mientras esperaba el ascensor para ir por el almuerzo lamenté haber olvidado mi bufanda y mi gorrito montañés. Me hubieran sido de gran utilidad con la garganta irritada y el fresco que se apoderaba de los ambientes. La lluvia dio una tregua y aprovechamos para ir sin paraguas hasta lo de nuestra cocinera, la amiga de Marta. Cuando llegamos, allí también el tema de conversación ya no era la lluvia sino lo del virus.

– Es que mira tú, que la OMS ya está marcando que el alcance de este virus será globa – comentaba una señora-. Dicen que en España no lo controlaremos antes de dos meses. 

– Es que serán dos meses en el mejor de los escenarios -dijo otra que estaba parada un metro y medio atrás, pisando una equis roja pintada en el piso.

– Pues yo creo que esto antes de cuatro meses no se arregla -agregó un flaco de piloto amarillo y barbijo azul, que también pisaba sobre otra equis roja pintada en el piso.

– Bueno, bueno, quiero avisarles que abriremos al público hasta mañana, luego solo haremos entregas a pedido -anunció la señora de los almuerzos mientras me alcanzaba mi ración. 

Por tratarse del último almuerzo en tierras catalanas, decidimos agregar un buen jamón, pan baguette y un vino rioja tinto. Parecía lo más recomendado para beber en este lunes tormentoso de Barcelona. Regresamos al Baler bajo una sutil llovizna. Si este maldito plan no está hecho para ser abandonado, mañana estaremos llegando a casa, pensé, mientras caminamos y carraspeaba levemente.

Tomé del revistero un ejemplar del diario La Vanguardia del fin de semana, tabloide fundado en 1881 por Don Carlos y Don Bartolomé Godó, según reza en su portada. Me detuve en la nota de tapa que destacaba una foto de cuatro columnas y unos quince centímetros y un titular que decía: “La Cultura entra al UCI con pronóstico reservado”

Portada del diario La Vanguardia

La foto era imponente. Estaba tomada desde lo alto del Gran Teatre del Liceu, El Liceo, como le dicen los catalanes. El teatro más antiguo en actividad que existe en Barcelona y uno de los escenarios de óperas más prestigiosos del mundo, por donde han pasado sus estrellas más gloriosas. En la foto se podía ver a un técnico, quizá un productor, de espaldas, en lo alto de la cazuela, de frente al escenario, con la pera apoyada en su mano cual pensador de Rodin. A pesar de que no se le veía el rostro, se podía adivinar la expresión, observando aquella sala desierta con toda la inmensidad de sus dos mil trescientas butacas vacías. La imagen transmitía una atmósfera impresionista en el que se podía ver parte del montaje de la ópera Lohengrin, de Wagner, cuyo estreno acababa de ser suspendido por la pandemia. La nota periodística destacaba que la obra iba a ser dirigida por la bisnieta del mismísimo Richard Wagner, Katharina Wagner, rindiendo homenaje a la enraizada tradición operística que supo cultivar esta ciudad a lo largo de su historia. 

Según pude indagar, a fines del 1700 y el 1800 la burguesía catalana encontró en esta expresión del arte la manera de ganar prestigio social y codearse con la nobleza europea en las antesalas de los teatros, sin verse obligados a asistir a los salones privados de los nobles en los que su presencia estaba excomulgada o no era bien recibida. 

Al parecer esta “finta burguesa” que sirvió para que aquella incipiente clase adinerada local consolidara su posicionamiento, relacionándose con la ópera, hizo que el género se popularizara en Barcelona, permitiendo que las clases trabajadoras también se asomaran y acabaran por apropiarse disfrutando de sus melodramas. 

Por un momento imaginé que sería como si aquellos Obreros de Morón, retratados por Jorge Marziali, que regresaban apilados en los trenes del conurbano bonaerense, lo hicieran debatiendo sobre Rigoletto, el Barbero de Sevilla o la Flauta Mágica, enfundados en sus camisas de sudar. Algo así pasó con los laburantes de acá, con sus distancias y sus contextos, claro.

Descubrí que el teatro Liceo era uno de los pocos que nunca tuvo palco real, simplemente porque no recibió aportes de la corona. Fue financiado por particulares que, a cambio de sus contribuciones, tenían derecho a utilizar palcos o butacas. Recorrer su historia, desde que fue construido en 1847 por Miquel Garriga i Roca en la Rambla de Barcelona, adentrarse en su eclecticismo arquitectónico, sus incendios, su atentado anarquista, las destrucciones y sus diferentes reconstrucciones, era asomarse a los disímiles períodos y sacudones sociales que a lo largo de su historia tuvo esta comunidad. 

Un arranque repentino de mi tos hizo que la lectura se interrumpiera de golpe. Me dirigí hacia el baño. Era una tos seca y cada vez que atacaba llegaba acompañado de unas leves punzadas en la espalda, tal vez eran los pulmones. Seguía pareciéndome una gripe sin mayores complicaciones. Busqué el cilindro de bicarbonato que llevaba en la campera y tomé un vaso descartable, dejé correr el grifo de agua caliente y cuando por fin aflojó la tos, me hice unas gárgaras. Me higienicé bien las manos con jabón líquido. Arrojé el vaso descartable al basurero, me unté las manos con alcohol en gel y salí. De pasada me vi frente al espejo y, mirándome, me pregunté de nuevo si esto era solo aquella vieja gripe.

Museo del Gótico

Retomé la lectura de La Vanguardia y la preocupación española por el gran “parate” en el ámbito de la cultura. El Prado, el Reina Sofía, el Liceo, el Real, todos los espacios públicos como la Biblioteca Nacional, la Filmoteca, el Centro Dramático Nacional, el Teatro del Canal y cientos de sitios, de los más pequeños a los más grandes, todos con sus persianas bajas por el virus. Los musicales de la Gran Vía de Madrid, desde El Rey León a Billy Elliot, Anastasia o La Jaula de Las Locas. Los cines con sus grandes estrenos anunciando que esperarían nuevos y mejores tiempos para exhibirlos. El teatro comercial corriendo detrás de las devoluciones de tickets y las pérdidas. El virus ya se había llevado a todos por delante, incluidos festivales de jazz y el mismo Bernassant de Barcelona y, lo peor, que esto parecía que recién comenzaba. 

Imaginé el virus saltando sobre Río de la Plata, algo que ya estaba ocurriendo. Por un momento la idea me dejó paralizado. No quise figurarme ninguna acumulación de cadáveres como se estaba viendo en algunos países. Entendí que venían tiempos duros, pero tampoco quise renunciar a la idea de que toda crisis era una oportunidad. Ojalá sirva para que podamos aprender y salir mejores, pensé.

En un momento temí estar peleando contra un Covid-19 sin ideales que, como todo virus, solo se enmascara con el propósito de engañar, mutar y enfermar por dentro. Sin más apetito que la muerte. Lo sospeche como fruto del deseo irracional de la acumulación y esa incomprensible capacidad de destrucción humana. 

Intenté comprender aquel anarquista que, en 1893, enojado con los burgueses, sin dinero para ingresar a ver el estreno de “Guillermo Tell” de Rossini, pidió unas pesetas en la puerta y, luego, tal vez creyendo en algunos ideales, arrojó dos bombas desde el gallinero del Liceo y mató a 20 personas. Quizá la figura del anarquista me hizo recordar a Enrique Symms, cuando recitaba su monólogo “Soy un Virus”, allá por los años ‘80 y decía: “Conozco el dolor desde niño, cuando bajaba corriendo afiebrado hacia la costa de las aventuras y me encontraba con esa cárcel de rutinas en que habían convertido la vida. Porque estamos aquí, donde las sonrisas terminan en puñaladas. Donde los pájaros aprenden a leer y escribir las leyes que prohíben volar”.

Bomba en el Liceu. ilustración de la Vanguardia

Tomé mi vino, volví a carraspear, me sobrevoló una gris melancolía, miré la llovizna y pensé que ya era tiempo de buscar mis valijas y viajar.

Categoria: Salud, Sociedad | Tags: , , , , | Comentarios: 2

Comentarios

2 thoughts on “El Coronavirus y yo

  1. Avatar for Walter Bordón

    Juan Sosa pinilla

    Muy bueno el relato, Walter

  2. Avatar for Walter Bordón

    Cristina Bordo’n Díaz

    Leyéndolo desde la Bahía de San Francisco, California me intriga si estaremos relacionados. Mi hermano fue Manolo Bordo’n . Yo partí a USA en 1969.
    Toda mi familia está por aquí. Saludos.

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