Mataderos, la violencia animal y el veganismo como revolución social

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Por María Sol Rebull Cubells

Para algunes la carne es una comida típica de la vida cotidiana pero para otres es un cadáver. Un matadero no es el lugar más cómodo de visitar y les activistas por los derechos de los animales lo saben muy bien; es el espacio que más se oculta y donde la violencia toma sus riendas.

Asado, bife, milanesa, hamburguesa. Carne. Uno de los alimentos más característicos de la Argentina es también de lo más consumido por la población, tan así que nadie se imaginaría su plato sin un trozo de esa sabrosa carne ¿Qué comeríamos si no? En nuestra cultura, alimentarnos de ciertas especies no humanas es una tradición y normalmente nadie se detiene a pensar el proceso completo que conlleva para que podamos consumirlas.   

¿Y si te dijera que el costo de saborear unos segundos esas deliciosas costillas asadas que compartimos cada domingo en familia no tiene una historia tan feliz detrás y que la pagan millones de seres inocentes con sus vidas? Sí, no suena como el gran descubrimiento y no es que nadie sepa que claramente es un animal muerto. La cuestión es que no es solamente un animal muerto, sino que fue asesinado y de la forma más brutal posible. ¿Y si te dijera que existe un matadero de perros? ¿O de gatos? La mayoría de las personas lo repudiaría inmediatamente, pero aun así se alimentan de otros animales. En general, lo tenemos tan naturalizado que no nos cuestionamos, por ejemplo, por qué amamos a los perros y gatos pero nos comemos a las vacas, habiendo lugares específicamente para su explotación.

La sala de tortura impune

En Chaco, más precisamente en la ciudad de Resistencia, se encuentra La Cooperativa de Trabajo y Consumo UNIDOS LTDA, un frigorífico municipal y, aunque el nombre no lo diga, es un matadero de vacas. Tal vez en mis años como consumidora de carne vacuna nunca me hubiera imaginado que iría a uno y mucho menos presenciar lo que estaba a punto de pasar, porque es la parte que nunca nos muestran o quizá la que tampoco queremos ver.

Son las 11 de la mañana y a pesar de que están pronosticados 35 grados para este comienzo de primavera, el día está nublado y hay una brisa fresca. Siento alivio ya que el matadero queda en plena ruta 16. Llegando al punto de encuentro en el centro de Resistencia y a pesar de su baja estatura, logro visualizar a Mawu y la reconozco por su sombrero negro característico -que tapa todo su cabello- además de llevar puesto el buzo verde claro con el que nos dijo que la reconoceríamos. Me saluda alegre. De su oreja cuelga un aro, hecho por ella misma, que simula ser una identificación de ganado.

Mawu, activista vegana por los derechos de los animales. Foto: María Sol Rebull Cubells

Mawu es activista por los derechos de los animales y vegana hace un año. Es la líder de Animal Save Movement de Resistencia, Chaco. Este movimiento tiene sus comienzos con la creación de Toronto Pig Save (2010) gracias al activismo de Anita Krajnc, quien fue acusada de un delito, pudiendo haber sido condenada a seis años de cárcel por darle de beber agua a unos cerdos que eran transportados en un camión de caja metálica a una temperatura que superaba los 35 grados. Dicho suceso se hizo viral y llevó a que la organización se esparciera por todo el mundo, creando así más de 300 grupos a nivel internacional.

En ese contexto, Animal Save Movement se encarga de organizar vigilias en los mataderos que consisten en esperar el ingreso de los camiones que trasladan a los animales y pedirles unos minutos con ellos para poder darles algo de agua, comida, y una última demostración de afecto y amor que pudieran haber tenido en toda su vida. Así también mostrar la realidad que padecen los animales antes de llegar y el sufrimiento que conlleva. También, en lo posible, realizar algún rescate si se da la ocasión, como lo fue en Morón -Buenos Aires- cuando un camión que trasladaba cerdos volcó y un grupo de activistas pudo rescatar a una cerdita que luego fue bautizada con el nombre de Save y que actualmente es cuidada en un santuario de animales.

Logramos alcanzar el colectivo de la línea 110 que, aunque suene turbio, en menos de diez minutos nos dejaría frente al matadero. Tomamos asiento y emprendimos el viaje. Nova es de los tipos que jamás imaginarias que es vegano: es alto, pelado y lleva una larga barba. Hasta ahora, las veces que lo vi, jamás usó una ropa de otro color que no sea negra. También es activista hace un año y acompaña a Mawu en la organización de las intervenciones que realizan. Junto a nosotros vino también Lara, una estudiante de Artes Combinadas que aunque todavía consume algunos derivados de animales esta en transición al veganismo. Sus padres son biólogos y su hermano de 12 años aspira a ser veterinario; sin embargo, cuestionan su decisión de no comer carne.

Mi hermano todavía se me burla”, cuenta Lara. “No terminan de comprender lo que significa para mí. Si bien en casa puedo manejar esa ignorancia, en otros lugares tal vez me cuesta más. He sufrido violencia por ser vegetariana en varias ocasiones pero la que más me marcó fue cuando en una juntada con amigos uno de ellos me revoleó un jamón por la cara. Nunca se me fue de la cabeza la imagen ni la bronca que sentí”, recuerda.

Junto a nosotros, con su cabello llamativo de mechones verdes, se encuentra Lara que también nos acompaña. Parece que no solo tienen en común el identificarse con el mismo nombre y se suma a compartir su experiencia como persona vegana que convive con gente carnívora: “Es como si tu familia te quiera obligar a comer carne, dicen que nosotros somos los que queremos imponer una idea, el vegano siempre es violento pero cuando se trata de lo contrario no pasa nada, es gracioso. Pero son ellos quienes constantemente te obligan de las formas más violentas a consumirlos. Me pasó que mi abuela había cocinado un guiso, creyó que no me iba a dar cuenta pero al primer bocado sentí algo extraño, lo escupí al segundo”. Todos asentimos con la cabeza porque también nos pasó con nuestros círculos más cercanos. Por el momento se siente una atmósfera de empatía, a pesar de no conocernos nos unía que en algún momento también fuimos señalados con el dedo, burlados y hasta violentados por la decisión ética de ver con otros ojos lo que tenemos en nuestro plato.

A medida de que el colectivo aumentaba la velocidad, la ciudad iba desapareciendo para convertirse en kilómetros y kilómetros de ruta. Las casas ahora eran reemplazadas por pastizales, árboles y edificios de empresas. “Hay que bajar”, dijo Mawu. Bajamos.

No hace falta más que cruzar la amplia ruta para llegar. Un letrero blanco bastante viejo con letras rojas llamativas nos dice “COOPERATIVA DE TRABAJO Y CONSUMO UNIDOS” así en mayúsculas y más abajo “Dueños de nuestro futuro… somos la cooperativa de la gente!”. Al lado de la positiva frase tiene la figura del rostro de una vaca. Al edificio se le notan sus años a pesar de que solo se encuentra funcionando hace once. Tampoco pareciera ser tan grande, está pintado de un blanco ya deteriorado dejando a la vista los ladrillos. Tiene dos portones de gran tamaño color gris por donde ingresan los camiones. El aspecto, aunque diferente a lo que uno se imagina, le sienta bien para ser un matadero. Su presentación en la web es la siguiente: “Nos dedicamos a la actividad frigorífica vacuna con una producción aproximadamente de 2200 cabezas mensuales. Contamos también con una grasería de donde obtenemos sebo industrial y harina de carne y hueso. Los cueros obtenidos del proceso de faena se destinan a un saladero. Otra de nuestras fuentes de ingreso es la boca de expendio al por menor. Por último invertimos en un pequeño criadero a corral (feed-lot) con aproximadamente 120 cabezas en stock.” Así de frío como suena, usan el término cabezas para referirse a las vacas y tratarlas como objeto de mercadería. Supongo que llamarlas así les quita el peso que tiene el asesinar seres sintientes y con el derecho de seguir viviendo.

Segundo camión que ingresaba al matadero. Foto: María Sol Rebull Cubells

Vinimos un martes ya que es uno de los días que reciben camiones junto con los miércoles y jueves, paralelamente y sumando el resto de los días de la semana son dedicados a la faena. Los empleados visten todos de blanco y por lo que podemos ver desde detrás de las rejas la higiene no parece ser una prioridad del lugar. Un olor fuerte a orina emana desde adentro. No se nos permite ingresar porque una de las políticas del activismo vegano no es ir a ver la parte morbosa y el trabajo despiadado que realizan adentro, solamente les interesan los animales. De todas formas, Mawu se acerca a la administración para pedir permiso y avisar que estaremos allí. Un trabajador la recibe: “No queremos interferir en su trabajo ni perjudicar a la empresa”, le explica ella. El abundante ruido de los vehículos que pasan por la ruta no me permite escuchar mucho la conversación, pero el rostro de confusión de no comprender que hacía este grupo de jóvenes allí daba a entender mucho. Sin embargo, no tiene problema de nuestra presencia siempre y cuando no hagamos disturbios ni saquemos fotos de adentro del lugar.

“La primera vez que vinimos acá para averiguar vimos a un tipo en una moto que vino a llevar dos bolsas de menudencias. Era asqueroso como agarraban un balde y las metían”, nos cuenta Nova mientras buscamos un lugar donde esperar. El cielo ya está despejado y el sol comienza a rozar nuestras pieles, agarramos un par de pedazos de cemento que hay tirados en el pasto y lo colocamos bajo un árbol que nos da un poco de sombra. Esperamos a ver qué sucede.

Ojos que no ven

Desde lejos y del lado de enfrente, sobre la ruta, comienza a acercarse bajando la velocidad, un camión de dos pisos repleto de vacas. Creímos que se dirigía hacia este matadero pero resulta que no ingresan camiones de ese tamaño. Al ver que queda frenado del otro lado, Nova aprovecha y se cruza para averiguar si podemos acercarnos. El resto nos quedamos esperando la respuesta. Sin embargo, pasaron unos minutos y el camión continuó su recorrido. Nova volvió con nosotros: “Me dijo que van a Salta, lleva dos días de retraso”. Dos días de viaje, repito en mi cabeza, paradas hasta Salta. Resulta que estaban trasladando 120 vacas, juntas no hacían ni 50 mil kilos de lo flacas que estaban. “Cuando me acerqué, el chofer me preguntó si no era vegano, cuando le respondí que sí me dice ¿y no me vas a sacar las vacas?” Todos reímos, como si no se nos hubiera cruzado la idea por la mente…

Las vacas que son movilizadas para faena en Chaco por año son más de 272.000. De esa cantidad, 213.000 aproximadamente, son distribuidas en la misma ciudad de Resistencia. El resto son trasladadas a diferentes provincias como Santa Fe, Formosa, Santiago del Estero, Corrientes y Salta. El número me hace recordar algo que me dijo Mawu: “Una vez que te metés en el activismo y a ver la realidad, sentís que nunca es suficiente”.

El primer camión está llegando. Lleva por lo menos 30 vacas, frena frente al portón en la espera de que les abran. Nova se dirige hacia el camionero a pedir permiso de acercarnos mientras esperamos observándolas desde lejos. A pesar de la distancia, el olor a las heces se impregnaba en nuestras narices. La siguiente imagen me dejó impactada, el estado en el que las dejaron y las trasladaron en ese camión era inhumano. Estaban tan sucias que tenían costras sobre el lomo, también se encontraban golpeadas y desnutridas, algunas ya estaban viejas. Sus cuerpos respondían al miedo y no dejaban de tambalearse y de expulsar lo poco que tenían dentro de ellas. Ninguna de esas vacas se parecía a las de los carteles de carnicería donde aparecen en un campo disfrutando la vida. O a las que vemos en la caja del cartón de leche. La realidad es mucho más cruda de como la pintan. Nova volvió con nosotras, enojado: “Hijos de la mierda, me dijeron que estaban apurados a pesar de que avisé que tenía el permiso”. El camión ingresó, no pudimos si quiera despedirnos.

El Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA), aunque suene irónico, tiene establecida una ley de malos tratos contra animales. En teoría, cada matadero debe tenerlo colgado por reglamento. En ella se decreta que todo aquel que hiciere de víctima de actos de crueldad animal podría ser encarcelado por 15 días o hasta 1 año. Entre las infracciones se encuentran: no alimentar en cantidad y calidad suficientes a los animales, azuzarlos para el trabajo mediante instrumentos provoquen innecesarios castigos o sanciones dolorosas, lastimar y arrollar animales intencionalmente, causarles torturas o sufrimientos innecesarios o matarlos por solo espíritu de perversidad. La lista de hipocresía continúa y, como si fuera poco, claramente en este lugar no se cumplen ninguna de esas reglas.

Otro cargamento de unas 20 o 30 “cabezas” –como dirían ellos-  son traídas al matadero. Esta vez, el chofer nos permitió acercarnos aunque no entendiera el por qué. De repente la idea inocente y tierna de poder contener a alguna de ellas se esfumó completamente, solo sentí bronca. No había manera de poder acercarnos, querían huir y no podían, se amontonaban una encima de la otra para cubrirse porque nos temían, sus ojos reflejaban el miedo. Estaban viendo la figura de quien estaba a punto de descuartizarlas en unos minutos. Porque lo sabían, sus golpes en el cuerpo se los anticipaba, el maltrato que recibieron antes de viajar durante días en un camión sucio se los dijo, iban a degollarlas sin piedad. Y creo que todes les que estábamos ahí compartimos ese dolor junto con ellas. No podía parar de pensar “perdón, quiero ayudarte”. Si para el SENASA esto no es crueldad es porque tienen vendados los ojos con guita. El ser humano realmente es monstruoso.

Para las 15, el olor a cuero quemado comenzaba a rodearnos. Era hora de emprender nuestro viaje de vuelta, ya habíamos visto suficiente. En total fueron ocho los camiones que trasladaban vacas ese día y tres los que ingresaron al matadero. La impotencia de que no pude hacer nada por ellas sabiendo que las iban a matar no se me borra de la cabeza, ni el tratar de comprender cómo, para nuestra cultura, es algo completamente normal. En nuestro país solo el 9% de la población es vegetariana o vegana, el resto todavía cree que es una decisión personal comer carne. Y yo me pregunto: ¿Sacrificar la vida de un animal que quería vivir realmente vale lo suficiente por sentir unos segundos de placer?

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