Bajar la edad de imputabilidad: ¿y si no fueran pobres?

Ayer, recién terminaba de ver el diario de Ana Frank. Todavía con la mirada húmeda y el nudo en la garganta, entré en las redes en búsqueda de alguna distracción que me saque la angustia. O algún síntoma de otra humanidad. Pero casualmente terminé en la noticia de que el gobierno nacional enviará al congreso un proyecto de ley para bajar la edad de imputabilidad.
Nada sorpresivo viniendo de un gobierno que defendió asesinatos de pibes pobres por parte de la misma policía que hace unos días disparó balas de goma en la cara de una niña. Un gobierno que les cierra las escuelas a lxs pibes, les saca las becas estudiantiles, les quita toda posibilidad de vida digna. Y después, si no les puede sacar ni una ventaja más, lxs condena. Por pobres nada más.
Ana Frank murió a los 15 años, producto de las enfermedades que circulaban en el centro de detención. A los regímenes no les importa la edad. Es una guerra. Y así como el régimen nazi mató miles de niñes porque tenía que acabar con el judaísmo, el régimen liberal hará lo sea para acabar con quienes amenacen su acumulación de capital y su propiedad privada. Y para ellxs, lxs pobres, además de eso, son un gasto. Una pérdida estatal.
Veo la frivolidad con la que anuncian que quieren condenar a la cárcel a pibes de 15 años de edad. Pero lo más triste fue ver que de las 97 reacciones que tenía la nota, sólo una era de enfado. Al resto les gustaba o encantaba la noticia. Abrí los comentarios en búsqueda de un poco de criterio y racionalidad (a veces me resisto a perder la fe en la humanidad). No parecían hablar de personas, mucho menos de niñxs. Como si en su concepto les restaran todo rastro de ser y de niñez. Como si no merecieran ni un poquito de dignidad.
Esto me recordó al texto de Caparros (Martin) donde cuenta la visita a la isla de Sri Lanka y entrevista a los turistas pedófilos, principalmente europeos y estadounidenses, que iban a pagar para violarse niños negros. A uno de ellos, casado con dos hijos y una vida intachable en EEUU le pregunta si no le molesta que sean tan oscuros. Al contrario, le responde, «si no fueran negritos, no podría hacerlo».
¿y si no fueran pobres? ¿Podrían condenarlxs y enviarlxs a la cárcel, con todo lo que eso implica?
Siempre pensé que lo más perverso de las dictaduras y los regímenes de muerte era que eran llevados a cabo por personas con cara de personas. Que después de torturar y matar (o mandar matar) llegaban a su casa y besaban a su madre, abrazaban a su mujer y arropaban a sus hijxs. Como si todo lo otro no existiese. Fuese solo una fantasía de quienes lo padecían.
Imaginé como serían éstas personas que festejaban excitadas en las redes que niñxs de 15 años dejen de ser niñxs para convertirse en presos. Lxs imaginé en su entorno familiar, lavando las heridas de sus niñxs, poniéndoles una curita para sanar. O emocionadxs en su acto de graduación escolar. ¿Qué aspecto tendrán en la calle? ¿Lxs reconoceré al pasar?
En todo régimen hay un rol fundamental de la sociedad. De lxs que no son víctimas ni victimarios. Porque en todo régimen dictatorial no sólo transcurre el sufrimiento, la tortura y la muerte. Sino la rutina inquebrantable (e impostergable) de quienes están afuera de ese círculo, pero alrededor.
Y así, como hay quienes lo niegan con indiferencia, y quienes lo ratifican con complicidad. También están lxs que restan siniestralidad.
No me refiero a la imprescindible labor de quienes se organizan para sublevarse y enfrentarse al terrorismo estatal. Sino quienes desde el anonimato total, en el lugar que le toca actuar, ejercen, casi sin pensar, su derecho a la libertad de conciencia. Administrativxs, enfermerxs, médicxs, vecinxs, maestrxs que se han arriesgado para salvar vidas condenadas a muerte.
En ellxs deposito mi fe.
Ellxs, podemos ser cualquiera de nosotrxs.
Llegado el momento. Lo sabremos.
Categoria: Derechos humanos | Tags: Derechos humanos, Niñez y Adolescencia, Seguridad, Sociedad | Comentarios: 0