Mi jaula


Una mañana de septiembre, me regalaron la Libertad.
Me la regalaron en una jaula, y me pareció sospechoso. Pero yo no desprecio regalos ni le reculo a la fatalidad. La vida es una sola como para desperdiciarla en especulaciones burguesitas.
Me acerqué a la jaula de finos barrotes, y la vi, bien de cerca. La Libertad enjaulada también me miró largamente, como pidiéndome por favor. Y entonces la entendí perfectamente.
Le abrí la puerta de la jaula, y como el milico de frontera, miré para otro lado. Al instante, sentí como un aleteo, un sordo ruido de alas desplegándose. Cuando volví la mirada, la jaula ya estaba vacía. Una lágrima, tan una sola, rodó por mi mejilla.
Nunca cerré la jaula. Faltaba más. Desde ese día, todas las mañanas, al levantarme, lo primero que hago es ir hasta la jaula abierta y ver si La Libertad volvió.
Hoy se cumplen 50 años de aquella mañana de septiembre, cuando sentí aquel aleteo sordo, e imborrable, de ruido de alas desplegándose.
Nunca volvió. Y quizás, nunca volverá. Pero esto es algo que tiene muy preocupados a mis vecinos. No a mí.
Yo, mañana, como hace medio siglo, debo levantarme temprano e ir a ver la jaula abierta y vacía, para seguir estando seguro, bien seguro, que desde aquella primavera, el enjaulado soy yo.
Del libro “Pase y Revuelva”. Editorial: Batalla Celeste, 2013
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