“El Chineo”, un crimen de odio

Por el


*Por Moira Millán

La palabra Chineo tiene su origen en la época de la colonia. Los ojos rasgados de los pueblos originarios, evocaron a los españoles los rasgos chinos: llamándonos chinas a las mujeres y chinitos a nuestros hijes. El chineo remite también a la violación de las niñas indígenas entre 8 y 12 años, a modo de marcar propiedad sobre las cuerpas. Estos crímenes se vienen cometiendo desde entonces y son el legado dejado por los invasores españoles a sus sucesores, los criollos. Esta práctica, a veces llevada a cabo en manada y otras por individuos, es frecuentemente ejercida por criollos con poder. Antes, los violadores acostumbraban -a modo de celebración- entregar a la familia de la víctima algún tipo de prebenda, tales como un novillo, alimentos, bebidas alcohólicas para el padre. En algunos casos, incluso asumían un compromiso paternalista, poniendo bajo su tutela de patrón a la niña violada y a su familia.

 En la actualidad este tipo de crímenes se siguen cometiendo, aunque han adquirido características propias de los crímenes de odio. Ejemplo de esto son los vejámenes y humillaciones a las víctimas, heridas cuyas cicatrices le recordarán siempre aquel episodio. Así han denunciado las mujeres guaraníes en Misiones la mutilación de algunos miembros, como pezones o dedos; cortaduras tajeando las piernas o pies de las víctimas. Allí no solo se trata del chineo como un ritual iniciático de la sexualidad de las niñas, cometida por el criollo poderoso, sino que las denuncias alcanzan también a los empleados de la forestal Alto Paraná como partícipes de estas aberraciones.

 En Salta, Alejandra Cebreli, una valiente periodista, desde hace años viene denunciando estas prácticas ante la indiferencia institucional y social de una provincia conservadora y colonial. Me cuenta que entrevistó a un cacique wichi de las comunidades del interior del Chaco Salteño, quien le contó que su sobrina fue violada en manada y obligada a beber cerveza con vidrio molido. 

En la provincia del Chaco la situación de las mujeres indígenas no es muy diferente. Ercilia Gonzáles me cuenta, en su humilde casita del impenetrable -en el paraje El Algarrobal-, que las niñas de su comunidad han sido madres a raíz de las violaciones que sufren cuando salen a la escuela. Ellas caminan largas distancias en las que son secuestradas y violadas por criollos que llegan al lugar en vehículos; y tras cometer el nefasto acto, se van sin que ningún miembro de la comunidad haga nada. 

Los hombres indígenas son cómplices con su silencio. En octubre del 2019, una veintena de mujeres ocupamos el Ministerio del Interior para denunciar estas aberraciones sobre nuestras cuerpas y de nuestras hijas. Mientras permanecíamos en el edificio, María – perteneciente a la Comunidad Nam Qom de Formosa – recibía un llamado de su marido. Le contaba que ese día en horas de la tarde, su hija se hallaba dentro del edificio escolar junto a su prima y entraron al baño del establecimiento unos criollos con la intención de agarrarlas y violarlas. Ellas se defendieron como pudieron. A raíz de los gritos de las niñas, llegó el portero hasta el baño y se encontró con estos sujetos, a quienes pudo persuadir para que se retiren. La directora del lugar se negó a denunciarlos, ya que uno de estos hombres es padrino de la escuela, un comerciante con influencia en la zona. 

Los testimonios son centenares, todos ellos aberrantes y sumamente dolorosos. Es necesario analizar cómo ha sido posible tanta impunidad, qué dispositivos se activan para silenciar estas atrocidades, quiénes conspiran para cerrar en un siniestro hermetismo estos delitos. 

En la etnografía del poder, la violencia patriarcal está conformada por factores como la misoginia, el racismo y una convicción supremacista que da forma a un orden de Neo señorío, racializador, sexista, epistemicida. La construcción de la otredad como barbarie, salvaje y animalesca, reduce a la víctima en un ser no humano, que por lo tanto no merece respeto ni existencia. Rita Segato, en su libro “La Guerra contra las mujeres”, plantea lo siguiente sobre las violaciones en manada: “… es un silencio sellado entre pares, la violencia sexual confunde pues aunque la agresión se ejecute por medios sexuales, la finalidad de la misma no es el orden de lo sexual sino el orden del poder”.

Moira Millán

 El carácter truculento de los modos que adopta el chineo da cuenta del desprecio, el odio que despierta en el violador este sector social femenino: el cuerpo de las mujeres indígenas, operando en la construcción del imaginario del invasor como un territorio a colonizar. Se da continuidad a la invasión territorial mediante la violación de nuestros cuerpos territorios, agudizada por la extrema asimetría, la temeridad impuesta por los violadores hacia el colectivo comunitario indígena en donde imponen su fuerza, la soledad institucional, la negación de los derechos lingüísticos que impide a las víctimas denunciar en sus idiomas originarios.

 Ningún funcionario acepta tomar la denuncia argumentando que le resulta imposible la comprensión de lo que se está narrando. Todo ello no hace más que propiciar la impunidad. Estos rituales, cimientan la unidad de sociedades secretas y totalitarias, que afianzan fenomenologías de odio disfrazándolas de tradiciones o costumbres culturales consentidas por los hombres de las comunidades indígenas. 

Es importante, entonces, entender que el chineo no es un crimen de género más, sino que -como bien llama Rita Segato a los femicidios de Ciudad de Juárez- “son crímenes corporativos”. Estamos frente a una élite oligarca y poderosa que ejerce sus dominios no solo dentro de sus latifundios, sino que además impone su poder sobre las mujeres de los pueblos que desea extinguir. Su accionar es genocida y la elección de las víctimas no es azarosa: responde a un patrón ideológico que busca dañar, violar y hasta matar a las niñas indígenas, una forma de asegurarse el exterminio lento de esos pueblos. 

¿Por qué entonces los hombres indígenas no denuncian ni acompañan a las víctimas? La colonización nos ha atravesado letalmente y ellos deben elegir entre dos caminos que se bifurcan: la lealtad a su comunidad o a su género. La percepción de sí mismos y su valor humano está subjetivizada por la mirada del dominador; intenta emularlo, elige la lealtad a su género para salvaguardar el único privilegio que el colonizador le otorga: ser hombre. Las mujeres indígenas recientemente hemos comprendido que nuestros hombres no son aliados con los que podemos contar. Nos cabe a nosotras organizarnos, vociferar nuestro dolor, encontrarnos en la sororidad de los abrazos de las mujeres que -al igual que nosotras- quieren detener tantas muertes, terminar con tanta violencia, destruir al patriarcado, cambiar el mundo. 

¿Por qué entonces los hombres indígenas no denuncian ni acompañan a las víctimas? La colonización nos ha atravesado letalmente y ellos deben elegir entre dos caminos que se bifurcan: la lealtad a su comunidad o a su género. La percepción de sí mismos y su valor humano está subjetivizada por la mirada del dominador; intenta emularlo, elige la lealtad a su género para salvaguardar el único privilegio que el colonizador le otorga: ser hombre. Las mujeres indígenas recientemente hemos comprendido que nuestros hombres no son aliados con los que podemos contar

Mientras escribo, en las provincias de Salta, Chaco, Formosa, Misiones, Santa Fe y Corrientes hay alguna niña padeciendo el chineo. Los administradores de justicia y otros funcionarios del Estado dicen que es una práctica cultural; nosotras decimos que es una práctica criminal: un crimen de odio. Decimos ¡Basta! ¡Ya no más! Nos rehusamos a ser cuerpos descartables, explotables; vidas sacrificables y asesinables. Lo más sagrado que tiene un pueblo es su niñez y la vamos a proteger.

 Nuestra lucha será inclaudicable hasta terminar con el chineo. Desde la Cordillera Sur, Puelwillimapu. Por Justicia, Respeto y Libertad 2 de Abril del 2020, Lof Mapuche Pillañ Mahuiza, Corcovado, Chubut.

(*) Moira Ivana Millán. Es Weychafe Mapuche. Referente del Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir. Nacida en El Maitén, provincia de Chubut (PuelwilliMapu), ha sido reconocida por su lucha por los derechos de las mujeres originarias, la resistencia ante los avances del extractivismo en la región y la demanda histórica por la recuperación de los territorios ancestrales. 

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Categoria: Abuso sexual en la Infancia, Género y DDHH Indígenas | Tags: , , , , | Comentarios: 0

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