Estado de excepción, también en educación

Por el


Inicio del ciclo lectivo en los IES.

Una más y van….

No recuerdo haber visto en otras circunstancias, tema tan trillado, analizado, difundido, viralizado, medicalizado, opinado, y foco de tantos escritos, como es el tema de la pandemia que nos toca vivir. Seguramente porque al tratarse de una situación excepcional, así lo amerite. Por tanto soy consciente que nada demasiado original representarán estas palabras.

He leído en estos días, desde análisis filosóficos que se han gestado en el territorio mismo de los focos epidémicos en tiempo presente, pasando por revisiones genealógicas, teorías conspirativas de todo tipo, buenas publicaciones informales en redes sociales. Más opiniones de expertos en diferentes áreas como: la medicina, la pedagogía, la didáctica, la tecnología, las neurociencias, la psicología, la sociología y muchas combinaciones de todas estas y otras.

Sin embargo quiero posicionarme desde mi función de profesor de un instituto de nivel superior, en el inicio del ciclo lectivo de este nivel educativo, convencido que poner en discusión y proponer resistencias, es una de las funciones de la educación superior y de quienes nos desempeñamos en ella.

Quiero partir del concepto de “estado de excepción” desarrollado por Giorgio Agamben, concepto que hoy en día se hace visible con total crudeza. Prefigurándose un posible escenario muy bien descripto por Paul Preciado en el artículo “Encerrar y vigilar, la gestión de las epidemias como un reflejo de la soberanía política”. Para analizar así, la escena educativa actual, donde se pretende  e indefectiblemente se concretará, un corrimiento del acto educativo hacia la “virtualidad”, hacia la incorporación de las tecnologías como formas de enseñanza.

Tomando a través de este análisis una posición quizás “políticamente incorrecta”, si se considerara a la misma, como la mera oposición a lo que “hay que hacer”, o quizás lo “único” que se puede hacer. Pero correr los riesgos que implica “decir”, también es una función de quienes estamos siendo pagados para formar docentes.

En los Institutos de Educación Superior, en este inicio de ciclo lectivo totalmente atípico, estamos en una carrera alocada, desproporcionalmente preocupante, sobre qué y cómo hacer para seguir enseñando intentando “reconvertir” nuestras “prácticas docentes”.

En principio es necesario dudar firme y lógicamente sobre este concepto, el de “prácticas docentes”. Durante el desarrollo histórico de la idea de educación, sobre todo de la formación de docentes, se ha entendido y se entiende (mal interpretado, dadas las posiciones teóricas desde donde se lo hace) que “las prácticas docentes” son las formas, recetas, estrategias y métodos de enseñar según como aprenden los estudiantes.

Aunque también se considera como “práctica docente” a la gestión de la clase, el análisis de los contextos y de las instituciones. Desconociendo así, que todo eso no son “las prácticas docentes”. Sino que a lo sumo, serán posibilidades estratégicas para llevar adelante lo que en realidad debería estar siendo “la práctica docente”.

La práctica docente no es nada más sencillo y a la vez más complicado que enseñar, es decir poner en juego un saber para que, con un porcentaje muy alto de azar, pueda ser comprendido, tomado e incorporado, por un “otro”, en este caso un estudiante de la formación docente.

Y esa práctica es un hecho de palabra, como ya he expresado en alguna columna anterior. Y al ser una práctica tiene lógicas propias, lógicas que si se alteran se transforman en otras prácticas, dejando de ser la que antes era.

Enseñar entonces, no depende de la tecnología que se utilice, o no. Enseñar es presentar una asimetría de saber entre quien “enseña” y el estudiante. Enseñar, permítaseme la repetición: no es nada más sencillo y a la vez más complicado, que la interrelación entre alguien que estudió (sabe) algo más que otro en determinado tema, y en ese acto (o acontecimiento) habilita a pensar sobre ese saber.

Estado de excepción

Muy escueta y sintéticamente, el estado de excepción según Agamben, son todas aquellas decisiones del Estado, que por determinadas circunstancias, atribuibles siempre a un mal superior, tienden a buscar un “bien común” implantando la excepcionalidad como una norma.

Dos casos claros locales y recientes, son por ejemplo las políticas de seguridad durante la presidencia de Mauricio Macri o el DNU sobre el aislamiento social obligatorio que hoy rige en nuestro país. Más allá que en estos dos ejemplos los objetivos son absolutamente diferentes, funcionan con las mismas lógicas que Agamben desarrolla claramente.

Aquí estos ejemplos se plantean sólo como elementos ilustrativos del análisis, para pensar cómo la “excepcionalidad”  opera en todo lo referido a educación en estos tiempos de pandemia.

Estamos en una situación que propone hacer desaparecer o esfumar la interrelación personal entre quien tiene la obligación de enseñar y quien decide aprender. Considerando en concordancia con Nunccio Ordine, entre muchos otros, que uno de los elementos más fuertes o hasta imprescindibles del acto de educar, es esta interrelación.

Si bien, no estaría en condiciones de hacer una crítica sólidamente fundada a los sistemas de enseñanza virtual, más allá que seguiré sosteniendo mis dudas sobre los mismos, hasta que algún fundamento que no sea más que el comercial, devenido del “hágalo usted mismo”, asentado en el movimiento Edupunk me demuestren lo contrario.

Me refiero en esta oportunidad, específicamente la  línea que desde los ministerios de educación nacional y provincial se bajan como política excepcional, en un contexto de desigualdad entre quienes deberían recibir educación, tanto como entre quienes deberían impartirla.

No se trata en esta ocasión de enseñanza virtual, sino de una excepcionalidad. En tiempos en los que quizás no quede otra opción que aceptarla. El punto es: bajo qué condiciones, hasta dónde, cómo y de qué manera: vivir, sobrellevar y llevar adelante esta excepción.

Acá lo que me parece central es entender que se trataría de una excepcionalidad temporaria. Resistiéndonos a que esta excepcionalidad se transforme en “normalidad” sin darnos cuenta y con una rapidez impensable.  

Tenemos que estar atentos y decirlo: de ninguna manera deberíamos ser funcional al escenario planteado por Preciado, a través de la figura ilustrativa que hace con el ejemplo de la mansión Playboy, Preciado toma este ejemplo para graficar como las lógicas capitalistas han encontrado (aunque él plantee que fue un experimento) en la vida del magnate que puso en marcha esta mansión, las lógicas de control, consumistas e individualistas hacia donde el mundo va sin escalas.

Preciado augura como futuro de la humanidad (de no encontrar resistencias) un ser humano confinado en lo que llama una “prisión blanda”, altamente comunicada con tecnologías de diferentes complejidad,  donde se viva, descanse, coma, trabaje, tenga sexo, produzca y consuma, de forma continua, sin horarios, sistematicidad, ni contacto humano alguno.

Qué hacer si no se puede hacer otra cosa

La resistencia que propongo dejar clara, es cómo pensar y actuar, bajo qué  formas y maneras, con qué lógicas, hacer eso que hoy es casi la única opción. Sin creernos, ni intentar hacer creer, que se está haciendo lo mismo de siempre, pero de otra forma. Sino teniendo en claro que son prácticas y lógicas diferentes.

Por lo tanto lo primero que deberíamos hacer es olvidarnos y sacar de nuestras estructuras mentales cuestiones que configuran la prácticas de enseñanza habituales, en lugar de sostenerlas y ver como se “las adecua” al nuevo tiempo (me parece una excelente oportunidad también, para repensarlas en profundidad, para cuando finalice la excepcionalidad).

Este es otro tiempo, definitivamente otro. Otras lógicas, no es “lo mismo pero de otra forma”. Por ende debemos  dejar de pensar en esos conceptos estructurales como: unidades didácticas, secuencias didácticas, evaluación, acreditación, entre otras tantas.

Y abocarnos a armar una red de contención de nuestros estudiantes, donde se ponga a su disposición: información, lecturas, análisis, debates. Que por supuesto, tengan que ver con los contenidos de la formación docente. Pero que transiten otras opciones para poner en  juego el saber. Algo muy parecido o quizás idéntico, pero con distintas temáticas, a lo que cada uno de nosotros hacemos con nuestros amigos, familiares, colegas, en estos tiempos de aislamiento social.

No se puede hacer otra cosa. Además hay que ser firme en decirlo: no es para nada despreciable la forma de circulación del saber que puede generarse, sino todo lo contrario, puede ser más que interesante para repensar las funciones, formas y lógicas de la formación.

Pero olvidémonos de como “era”, porque ya “no es”. Y resistamos, esperando a que la educación y la enseñanza como práctica, sea aquella práctica en donde la interacción personal es imprescindible. Hagamos esto que podemos, pero no nos resignemos a dejar de seguir esperando que los estudiantes vengan a buscar la educación donde debe estar; en la interacción humana que pone palabra en medio para aprender a pensar.

No colaboremos con nuestra resignación, ni con la obnubilación de “lo moderno tecnológico” a crear y lo que es peor a enseñar un mundo sin relaciones humanas. Y si es posible vayamos mucho más allá, infinitamente mejor dicho por Preciado:

“Sabemos que llaman a la descolectivización y al telecontrol. Utilicemos el tiempo y la fuerza del encierro para estudiar las tradiciones de lucha y resistencia minoritarias que nos han ayudado a sobrevivir hasta aquí. Apaguemos los móviles, desconectemos Internet. Hagamos el gran blackout frente a los satélites que nos vigilan e imaginemos juntos en la revolución que viene”. (Preciado P 2020)

Lecturas recomendadas:

agenda bohemia

El Arbol Amarillo Libreria Infantil

Categoria: Educación, OPINIÓN | Tags: , , | Comentarios: 1

Comentarios

Un comentario en “Estado de excepción, también en educación

  1. Excelente! Realmente una radiografía de la situación que estamos viviendo con un gran análisis .
    Felicitaciones por tu artículo Gustavo!!!

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