«Los hablantes no deciden los cambios, simplemente suceden»

Por el


Entrevista al lingüista y lexicógrafo Santiago Kalinowski

El idioma español es el segundo más hablado en el mundo (el primero es el chino mandarín) con 442 millones de personas que lo usan como lengua materna. Cuenta con amplia variedad de dialectos y se encuentra en constante desarrollo por las variaciones culturales de sus hablantes.

La institución encargada de regularlo es la Real Academia Española (RAE), que mira de reojo los cambios ¿Será porque la RAE representa a la nostalgia de una España imperial? Pero, sin embargo, va agregando algunos términos nuevos a su diccionario para no quedar atrás de la sociedad.

Recientemente, esta institución estuvo ocupando la atención de la agenda periodística porque en los últimos días de marzo se realizó el VII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) en la ciudad de Córdoba, por segunda vez en nuestro país. La primera vez había sido en 2004 en Rosario con una mítica oratoria de Roberto Fontanarrosa en la ceremonia de apertura.

Por su parte, la Academia Argentina de Letras (AAL), fundada en 1931, se encarga de estudiar y asesorar sobre el uso del idioma español en estas tierras, tan alejadas de la península ibérica. Después de un exhaustivo trabajo, en 2003 crearon el Diccionario del habla de los argentinos, que registra las voces y frases de todas las regiones del país, así como sus distintos niveles de uso.

Para conocer más de nuestro lenguaje, Santiago Kalinowski , director del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas de la Academia Argentina de Letras, dialogó telefónicamente con Proyecto Bohemia.

PB: ¿Cómo es el origen del castellano? ¿Cuándo adopta la concepción de español?

SK: Es un fenómeno bastante repetido en la Europa Continental, donde en cada uno de los países – por ejemplo Francia, Italia y España- lo que había era una situación de nacionalidades múltiples con múltiples lenguas. En ese contexto y con las tensiones, los avances y los retrocesos de las distintas facciones, empieza a tomar forma un proyecto de nación sobre la base del avance de una de las regiones sobre las demás. Entonces en Italia, la Toscana empieza a abarcar cada vez más, a tener una preponderancia mayor, lo que se hace en general por vía militar o también por vía comercial, por todos los atributos que fortalecen a una región y esa región empieza a extender su lengua, a avanzar sobre las otras lenguas, a volverse mayoritaria y a minorizar a las demás, lo que termina en una asociación entre el nombre del territorio con el nombre de su lengua. Ese fenómeno histórico es común a las tensiones internas previas a los proyectos de estado nación que son propios de la modernidad. En Francia pasó lo mismo con la “langue d’oïl”. En España, con la lengua de Castilla. Así es la historia, no hay como evitar en ninguno de estos como remitir finalmente a un proyecto de avance imperialista de una región sobre todas las demás. Si ese avance lo hubiera logrado Galicia, le estaríamos llamando español al gallego, si lo hubieran logrado los vascos le estaríamos llamando español al euskera. Es un proceso histórico, económico, militar y político que redunda en ese resultado: el de la asociación del nombre de una lengua con el nombre de un país.

PB: ¿Se hablaba de la misma manera en la América colonial que en España?

SK: Existen algunos “centros” que fijan la lengua en un momento, en un estado. Por ejemplo, la Corte de España se alojó en Toledo y en Madrid, sirvieron como “centros” que fijaban una norma para esa región. Alejados de los “centros”, las evoluciones propias de la lengua, es decir ciertas simplificaciones en la pronunciación o pérdidas de contraste -por ejemplo entre el sonido de la S y el de la Z- se fueron dando, perdiendo la norma que imponía el “centro”. En el caso americano, en mi opinión, había una distancia respecto de esos “centros”, entonces las colonias fueron generando sus propias normas, las cuales evolucionaron –de la misma manera que las normas de algunos dialectos propios de la misma península ibérica- por estar alejados de esos “centros» de imposición de la norma mayoritaria. Las primeras metrópolis se crearon en México y en Centroamérica, que se convirtieron en nuevos “centros” que fijaban la norma y establecían un dialecto. Al ser tan vasta la región, a medida que las poblaciones se alejaban empezaba a aparecer una nueva variación del idioma, que tenían que ver con el contacto con distintas lenguas indígenas y distintos sustratos. No es el mismo sustrato el que hay en México que el de Jujuy, Chaco o Río Negro, por ejemplo; son distintos sustratos que tienen siempre una influencia muy grande sobre el español que se habla en esta región.

PB: ¿Tuvo influencia la RAE sobre América Latina? ¿Cuál fue el rol de los primeros gobiernos patrios?

SK: La RAE no tenía influencia en América por aquel entonces ya que tenía solo un siglo de existencia (fue fundada en 1713). Su acción estaba más bien enfocada en el ámbito ibérico y europeo. Lo que sucedió fue un fenómeno de continuidad del español como lengua culta gracias a –o debido a- la presencia de un acervo escrito que preservaba la lengua en un estado más o menos parecido. Cada administración, incluso virreinal, creaba leyes que se imprimían, que hacían de ancla para que las diferencias no fueran grandes, como había ocurrido con la caída del Imperio Romano donde no existía ese anclaje en un acervo legislativo, en un estado de lengua impresa que permitiera una continuidad. Las diferencias dialectales no las imponen los gobiernos sino los hablantes porque se imponen naturalmente por evoluciones propias o bien por dinámicas que son internas del español y que continúan su proceso o por contacto con distintas lenguas que están en cada región. Por ejemplo, nosotros tenemos el léxico quechua o guaraní pero en México no los tienen entonces su dialecto es diferente.

Las distintas metrópolis americanas desarrollaron un estado de lengua, un dialecto y una norma que se fue fortaleciendo por ejercicio del poder, por preponderancia, porque tenían acceso a una imprenta (que no eran tantas, había algunas en las misiones jesuíticas, en Córdoba y Buenos Aires). Se fueron fijando normas metropolitanas, que por ser las que se hablaban en el centro de poder tenían mayor fuerza para avanzar, pero eso no quiere decir que regiones que no tuvieran este poder político y económico perdieran su diversidad. Esto lo vemos hasta el día de hoy porque las palabras regionales del noroeste o noreste siguen existiendo por más que no aparezcan en los medios de comunicación concentrados en Buenos Aires.

PB: Cuando llegaron las grandes oleadas inmigratorias a fines del siglo XVII y principios del XIX introdujeron nuevas palabras ¿Fueron bien recibidas las mismas por la élite argentina?

SK: Existió pánico, porque los inmigrantes ocuparon un gran porcentaje de la población argentina (entre un cuarto y la mitad) de aquel entonces. La élite empezó a tener un avance de la cultura inmigrante, una pérdida de la tipicidad cultural nativa, un vocabulario al que catalogaron como “contaminado”. En este contexto surge, en 1931, la Academia Argentina de Letras, ya que existía desde la intelectualidad argentina una necesidad muy urgente de limitar cuáles eran los usos propios, anteriores, o supuestamente específicos de una forma de hablar argentina y cuales eran las formas nuevas, neologismos, mezclas y cosas que habían llegado con los hablantes, italianos, centroeuropeos y demás. Ese es el origen más estricto, establecer el límite simbólico entre lo que es argentino y lo que es extranjero. Y como pasa con cualquier contacto de lengua se mezclan los términos, nos quedaron “laburo” y “birra” del italiano como anteriormente tomamos del quechua “cancha” y “ojota” por ejemplo. Si uno hace la descripción léxica de una región va a encontrar palabras que tienen origen en la relación con la historia de los movimientos demográficos.

PB: Actualmente muchos académicos tienen cierto temor por la influencia del inglés. ¿Algo similar había sucedido el siglo pasado con el francés que era uno de los idiomas considerados más “cultos” del mundo?

SK: Se construye una amenaza cuando el contacto es reciente. El español, por ejemplo entró en contacto con el quechua -como te decía- cuando llegó a América. A su vez en Europa tuvo contactos con el vasco y el árabe de los que hay también palabras que usamos acá (alicate y ojalá, por ejemplo). Genera así una paranoia en la comunidad intelectual y la opinión pública, donde construyen a la influencia del idioma extranjero (el caso mas reciente es el inglés) como una amenaza para la especificidad lingüística, para la identidad.

Una palabra que entra a nuestra lengua se tiñe de nuestra idiosincrasia y nuestra morfología. Hay un caso conocido que es la palabra “gol” del fútbol: Nosotros en español la incorporamos del inglés, pero cuando el gol está muy bueno decimos “un golazo” y ahora en inglés ellos volvieron a incorporar la palabra pero con nuestro morfema en español y dicen “golazo” también. La palabra tiene un camino que va del inglés al español, en el español recibe nuestra morfología “azo” que no es una morfología en inglés, de modo que se convirtió en léxico del español pero volvió a entrar en inglés para el gol que es muy bonito. Eso implica que las palabras se mueven de una lengua a la otra porque están en contacto. Siempre fue así y con varios idiomas. La última relación con otra lengua tiende a ser una amenaza pero no lo es y nunca lo será.

PB: En un mundo tan globalizado ahora es más probable que se crucen los idiomas. Sin embargo, en la península ibérica tienden a “cuidar” más el español y no reemplazar términos en español por términos en inglés. Por ejemplo, al mouse de la computadora le dicen ratón…

SK: La principal institución alarmada con el ingreso de los anglicismos es la RAE, especialmente en España. Pero, sin embargo, en el vocabulario de las redes sociales, tanto los nombres como las operaciones que tienen un significado específico: “likear” “stalkear”, por ejemplo, se incorporan a la par en todo el mundo hispánico porque no tienen un equivalente realmente. Likear no es lo mismo que decir “gustar”, es mucho más específico y está atado a un contexto, el de la red social. Es muy poco probable que se incorpore más en una región que en otra. Lo que hay es un foco emisor del léxico asociado a la tecnología, hoy en inglés. En otra época el foco era la diplomacia, asociada al francés, entonces circulaba mucho términos y construcciones francófonas.

Las redes sociales son un fenómeno global que se disemina de un modo muy rápido, muy abrupto y todavía no hay estudios para saber en qué regiones hispanohablantes tienen más preponderancia.

Internet tiene la particularidad de que puede difundir un término a gran escala en cuestión de un mes. En su intento por evitar los anglicismos, la RAE hizo una campaña de mal gusto con el vocabulario del marketing, tratando de idiotas a los espectadores, “verdugueando” el uso del “blind” en lugar del “ciego” en una supuesta publicidad de anteojos, estigmatizando una dinámica que es propia de la lengua en todo el mundo. Es decir, por el hecho de que por una razón o por otra, la lengua de los negocios es el inglés y el marketing quiere apropiarse de ese prestigio, la RAE lo estigmatiza automáticamente.

PB: ¿La RAE tiene algún protocolo de cuanto tiempo tiene que tener una palabra difundida y utilizada entre los ciudadanos para aceptarla?

SK: No sé. Lo que sí, ellos actualizan anualmente el diccionario por lo que tienen mayor margen de acción, más dinamismo. Sin embargo, hay casos especiales, como la palabra “presidenta” que tardaron tres siglos en ponerla. La primera documentación de que los hablantes necesitaron generar una variante femenina por la variante masculina que era la oficial, data del siglo XV y la palabra no entró hasta el siglo XVIII. Evidentemente hubo una resistencia. Hay distintas cosas que pueden suceder en el camino entre que una palabra se usa entre los hablantes y llega a ser registrada en el diccionario. Hoy por ejemplo, los españoles incorporaron “machirulo” o “sororidad” porque vieron que están completamente difundidas y documentadas. Podemos ver que los tiempos de introducción de términos que en siglos anteriores eran lentos ahora se aceleran.


PB: ¿Y en el caso del Diccionario de la AAL?

SK: Se actualiza en intervalos más espaciados. Estudiamos las palabras, si tienen más de cinco años y tiene pergaminos para empezar a figurar en el repertorio del léxico, se la añade. Ahora estamos analizando el caso de “ah re” porque no queremos incluirla y que al poco tiempo los hablantes dejen de utilizarla. Tampoco incorporamos aún “machirulo” y “sororidad” –que si fueron añadidas por la RAE, como te mencionaba anteriormente- porque el nuestro es de las palabras que se usan de manera preponderante o exclusiva en la Argentina, de modo que esto es una palabra general que ellos la incorporaron rápido.

PB: ¿Cómo surgió el diccionario de la AAL?

SK: Es un proyecto de complementariedad con la RAE porque hay una estructura de academias americanas que se dedican al registro de su propio léxico y colaboran con la RAE que es la que compendia al léxico regional y registra al léxico general; es decir, hace un diccionario completo (o lo más completo que se pueda). Cada academia americana tiene su diccionario diferencial. Nosotros vamos por la tercera edición del nuestro (2003, 2008 y 2019). Hay similares en Perú, Chile, Uruguay y México. Existe la complementariedad porque en América se hace la lexicografía de los distintos países y en España se hace la lexicografía general, la que todos los países comparten. Lo que pasa es que la RAE no hace un diccionario diferencial de sus dialectos. España sigue jugando al juego de difundir la idea en la opinión pública de que lo que se habla en Madrid es la lengua y dialecto es todo lo demás, cuando es una realidad que todos los países tienen dialectos, incluidos la propia España. Es una falacia, que se va sosteniendo con distintas operaciones, como por ejemplo no publicar el diferencial de España; es decir, no asociar España a la noción de léxico regional. También se opera con la publicación del Diccionario de americanismos, que es el compendio de todas las palabras que se usan en América que no son regionales y que no incluye a España. Es decir que es el léxico del noventa por ciento de los hablantes o más. Otro ejemplo es que, en el Diccionario general de la RAE, las palabras marcadas como que son propias de España son quinientos sesenta, un número ridículo ya que lo más probable es que sean siete mil u ocho mil (como en cualquier país). Sin embargo, ellos no quieren que aparezca la idea en los usuarios de que hay palabras que son regionales de España para que no vaya a permear la idea de que lo que se habla en Madrid también es dialecto.

Esto tiene un rendimiento concreto para España: el prestigio. Por ejemplo, una persona que habla español y no es un lingüista entrenado piensa que el español que hay que aprender es el de Madrid y el certificado que más vale es el del Instituto Cervantes. Esta política oblicua rinde en términos económicos para España.

PB: ¿Hubo algún gobierno argentino que quisiera independizar al idioma? ¿Darle autonomía de la RAE a la AAL?

SK: La realidad de la práctica es que hay independencia de los hablantes, por más que la RAE establezca algo, en la cotidianeidad del habla se ven los pingos. España tiene un gran peso cuando la opinión pública se pone a reflexionar acerca de su propia práctica lingüística, de sus propios usos. Cuando se está en ese nivel de reflexión empezamos con que “hablar de ‘vos’ está mal, aquello no se puede decir así porque es un anglicismo, etc.”. Después, cuando uno se olvida de reflexionar y habla espontáneamente aparecen nuestras variedades con la misma vigencia y potencia de siempre. Hay dos ámbitos que separar: el ámbito de las discusiones simbólicas en torno a las normas y el de la práctica real de los hablantes. En Argentina, se vosea mayoritariamente como en ningún otro país del mundo, pese a que tuvimos que soportar una violenta intervención contra su uso que se tradujo en políticas educativas con manuales que no lo reflejaban, o el cine que no hablaba de “vos” durante décadas. Pero, insisto, la realidad está independizada, no tiene sentido independizar las instituciones. Hay una norma culta con poder en Argentina porque es la que se usa preponderantemente en los centros de poder político, económicos, mediáticos y culturales que tiene más fuerzas que otros dialectos en centros con menos poder. Pero esa norma que se difunde ahí no es la de España sino la de Buenos Aires. Existe otra dinámica como de cajas chinas donde España también tiene esta actitud de desdén respecto a Buenos Aires. Y Buenos Aires a su vez reproduce este desdén hacia el resto de Argentina por lo que genera un estigma de hablar de determinada manera. Hay que combatir este estigma, yo lo hago cada vez que puedo.

PB: ¿Qué palabras del Noreste fueron incorporadas en la última edición del Diccionario del habla de los argentinos?

SK: Hay guaranismos: Angaú, angá, mitaí. Estos tres ejemplos son casos bien establecidos que las conocimos gracias a Twitter. También detectamos el sufijo “azo” aplicado en Córdoba a bases adjetivales: “aburridazo”, “friazo”, etc. Tenemos un proyecto muy ambicioso de la detección del léxico regional en Argentina, es un corpus muy grande de seiscientos millones de formas que hay en esta red social. Hemos llegado al momento de publicar el diccionario sin poder completar el relevamiento de todos los datos del corpus que nos brindó el corpus basado en las palabras utilizadas por los argentinos en Twitter.

PB: ¿Puede llegar el punto en que un argentino no se entienda con un uruguayo, un paraguayo, un chileno o el resto de los hispanoamericanos?

SK: No. Había cierto fundamento para temer esa fragmentación lingüística sobre principio del siglo XIX porque los intelectuales de aquel siglo habían estudiado muy bien el caso del latín, donde una administración imperial que tiene control político y burocrático en una extensión muy grande de territorio que gracias a ese poder difundió su lengua pero después, cuando colapsó la autoridad imperial romana, cada dialecto se volvió tan diferente a las demás que se convirtieron en lenguas diferentes. En territorios donde había una sola lengua latina, terminó habiendo veinticuatro lenguas nuevas. Entonces cuando colapsó el Imperio Español, los intelectuales temieron un escenario similar. Pero olvidaron las condiciones históricas y tecnológicas habían cambiado de forma radical porque en cada metrópoli americana había abundante información y muestra de una lengua fijada por escrito para que eso se volviera como una especie de contenedor de las diferencias dialectales. Dichas diferencias dialectales existieron pero no llegaron al nivel de volver imposible esa comprensión entre un hablante de Chile, un hablante de Perú, de Cuba, etc. Entonces a mi me parece que la gran diferencia que existe entre el caso del latino y del español es la existencia de la imprenta. La imprenta generó el acervo de lengua fijada por escrito que hacía de centro de gravitación, que mantenía las diferencias dialectales dentro de una órbita. La unidad se preservó, no por acción de una academia o de un gobierno sino porque fueron las condiciones tecnológicas y coyunturales de ese momento. También en el siglo XIX no se sabía qué iba a pasar con la fragmentación de los países americanos, pero con el panorama general más claro en el siglo XX se perdió ese miedo a la falta de comprensión entre los hablantes de los distintos países hispanoamericanos.

PB: ¿Qué opinas del planteo de que la tecnología (emails, SMS, WhatsApp, Facebook, Twitter, Etc.) hizo que los hablantes utilicen menos palabras?

SK: No hay ninguna evidencia. Para afirmar eso hay que armar un corpus que sea diacrónico para evaluar la riqueza léxica. Es una idea que la gente se ha hecho porque le gusta sentir que conoce más palabras que el otro; por ejemplo, los adultos se quejan “ay, que mal hablan los jóvenes”, es una cuestión de vanidad, del esnobismo. La realidad es que los jóvenes de diferentes generaciones siempre recibieron el mismo estigma y, si fuera como vaticinan, hoy el lenguaje sería un código de gritos, golpes, gruñidos y cinco palabras. Por el contrario, hay algunos estudios longitudinales, en el lenguaje inglés incluso porque es un tópico que abarca también aquel idioma, que demuestra que los jóvenes universitarios ahora utilizan diez veces más palabras que hace cien años en ensayos y exámenes.

La lengua tiene que adaptarse a las diferencias en los distintos momentos, a la necesidades que van cambiando pero, por otro lado, tiene que mantenerse igual a sí misma porque tiene que ser un código compartido de comunicación.

PB: ¿Cuál es tu mirada sobre el lenguaje inclusivo con la “e” y/o “x”?

SK: Los cambios lingüísticos se dan en los hablantes pero los hablantes no los deciden, simplemente suceden. Los cambios lo decidimos todos pero a su vez no lo hace nadie al mismo tiempo, se dan. Por ejemplo, en latín cuando se modificó el pluscuamperfecto no fue que alguien dijo “me canse de esta terminación verbal, vamos a reemplazarla y después anda avisando para que todos se enteren” sino que se fue dando solo, simplificándose y en lugar de decir “amaueram” para decir “yo había amado” se hace una perífrasis que conjuga un verbo y usa un participio en todo el paradigma. El significado de eso es exactamente el mismo pero de repente con saber cómo se conjuga un verbo y saber cómo se hace el participio ya tengo todo. Eso es un cambio lingüístico. Nosotros seguimos viendo cambios lingüísticos, por ejemplo las oraciones hipotéticas con “si…” que son irreales, se hacen en general como potencial. La forma estandarizada es decir “si lloviera me mojaría” pero mucha gente simplifica y usa “si llovería me mojaría”. La nueva manera está estigmatizada pero dentro de cincuenta años va a ser totalmente normal.

La “x”, “@” o la “e” son intervenciones que se hacen de manera consciente, están diseñadas con el objetivo de crear un efecto en el auditorio, esa es su lógica principal. Entonces no las podemos poner junto con un cambio lingüístico, no corresponde a esa categoría. Lo que corresponde es a una intervención retórico- discursiva que persigue el fin de crear conciencia sobre un problema y crear consenso para que a través de ese consenso y usando los mecanismos de la democracia se pueda llegar a cambiar algo de la realidad. En eso es perfectamente válido, es una manera muy potente de difundir una idea de un progreso en un espacio público y como es algo tan potente todos quienes están encarnando esa lucha –que la sienten como propia- lo usan porque saben de la potencia que tiene ese recurso justamente. No tiene nada de malo que no sea un cambio lingüístico, es una manera de propagar una idea, es un gesto político. Si yo uso la “e” me estoy pronunciando políticamente alrededor de un problema y estoy animando al que me escucha a hacer lo mismo o por lo menos a no mantenerse al margen. Entonces no tiene nada de malo, por ejemplo, que aparezca cuando la lengua es pública, porque justamente lo que se está buscando es un efecto en el discurso público y si yo te quiero prohibir a vos que lo uses lo que estoy haciendo es teniendo un gesto también político, porque lo que me molesta no es la “e” sino lo que la “e” viene a reemplazar lo que son los privilegios de un sector de la sociedad –es decir los hombres, blancos y heterosexuales-. Ese privilegio es injusto y la “e” es la configuración discursiva de un proyecto que amenaza dicho privilegio.

PB: Hubo casos donde en escuelas secundarias sancionaron a alumnos por usar la “e”…

SK: Esa es una decisión política. Sancionar a alguien por usar la “e” es perseguirlo políticamente. De la misma manera que obligar a alguien a usar la “e” es obligarlo a tomar una decisión política. Son dos actitudes que son incompatibles con la convivencia democrática.

PB: ¿El fenómeno del lenguaje inclusivo también se da en otros países de habla hispana?

SK: Es global. Tienen el mismo problema porque el masculino genérico es la manera en que la gramática se hizo eco de una situación de preponderancia social del hombre, que durante milenios acaparó la cúpula de poder. La gramática tuvo un correlato con este contexto que es decir: “Ante la duda hay que decir que alguien es hombre y, si en todo caso hay una mujer, está incluida ahí adentro”. Cuando vos querés plantarte ante esa injusticia, que es que el hombre acapare todo ese espacio, tiene sentido intervenir el genérico porque el genérico es el resultado de esa situación social de preponderancia masculina. El que usa el inclusivo está haciendo además una crítica que es histórica. Si bien cambiar la gramática no va a cambiar la realidad, sin embargo cuando nosotros usamos el genérico en algún sentido estamos haciéndonos eco de esa situación ancestral de la especie humana en la que el hombre acaparó todos los espacios, entonces no es irrelevante y no es que el masculino genérico no tiene nada que ver con la discriminación sexual. El inclusivo no quiere cambiar la lengua, sino que quiere animar a otras personas a preocuparse por una situación de injusticia, crear un consenso que después tenga impacto en los mecanismos democráticos y de esa manera ir llegando a lo real.

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