Una escuela para todos, el desafío de la integración

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La integración de personas con discapacidad a las escuelas regulares es un principio ampliamente compartido por la comunidad. Organismos internacionales como UNICEF y UNESCO contemplan el derecho de niños y niñas con discapacidad a educarse en un contexto normalizado y plural en pos de su futura integración en una sociedad compleja y diversa.

La formación docente, la familia y las políticas de Estado están haciendo posible un cambio de paradigma en la concepción de la educación tendiente a facilitar el desarrollo y la participación de estudiantes con necesidades especiales.

Bohemia rescató dos testimonios de los mejores especialistas de Latinoamérica en la materia: la Doctora Blanca Zardel Jacobo, de la Universidad Autónoma de México, quien visitó la Provincia del Chaco en agosto del año pasado en instancias del III Congreso sobre Discapacidad, y el Doctor Orlando Terre Camacho, presidente de la Asociación Mundial de Educación Especial, que viene de Cuba a nuestra región hace ya cinco años. Su última visita fue en mayo en torno al Pre Congreso de Discapacidad, donde brindó conferencias en Resistencia y en la ciudad de Charata, en el interior del Chaco.

Una escuela para todos

Tras varias visitas y por el trato permanente con los docentes chaqueños que lo esperan con auditorios llenos cada vez que se presenta, Terré Camacho se dice a sí mismo un “embajador” de lo que se hace en Chaco. “La necesidad de la escuela de hoy es entender los distintos ritmos de aprendizaje, porque no todos los niños que tengan la misma edad cronológica ni de desarrollo aprenden al mismo tiempo. La escuela tiene que diseñar estrategias para alcanzar el resultado que se espera”. Y para ello hay que fortalecer estas escuelas, porque “una escuela que incluye no puede seguir educando en solitario, tiene que articularse con la familia”, afirma.

“La escuela inclusiva no intenta ser el recinto donde recibimos a niños con capacidades diferentes sino donde aceptamos las diferencias”, y el punto de partida es entender de qué hablamos cuando hablamos de inclusión. Al respecto advierte que “lo inclusivo no intenta trabajar con los diferentes ritmos de aprendizaje únicamente, sino que estamos hablando de una escuela para todos que acoge las diferencias y empieza a atender la diversidad”.

Los diagnósticos y los docentes

El dilema que se pone a la vista es quién debe educar a ese niño que presenta un diagnóstico determinado y que históricamente fue educado en las escuelas especiales. Al respecto, Camacho aclara que la educación tradicional especial no lleva implícito el error: “Esa escuela puede ayudar a la educación de niños con diagnósticos” dice.

“Hoy, con el llamado de la Unesco a escuelas para todos, deben asistir todos los niños por derecho. Lo que tenemos que hacer como docentes es cambiar el curriculum, hablar más de equidad y modificar nuestras prácticas”.

En este contexto, Blanca Zardel entiende que se trata de un proceso lento: “Todo lo previo que se fundó sobre teorías del desarrollo, mediaciones, evaluaciones, fueron gestando diferencias con esa significación. Por eso a las madres les afecta tanto un diagnóstico, porque lo primero que reciben es el pésame: ‘Ay señora, cuánto lo siento’, y la madre no recibe un hijo sino un diagnóstico, una problemática. Tenemos la cultura de un sujeto normalizado, el más fuerte, el más intelectual”. Y ese ideal es el que gesta la diferencia, por contraste dicen que “este niño no es como este”.

La especialista mexicana les habla a los docentes:

“De ser posible que se quiten la etiqueta y que entiendan que tienen un ser humano ahí que no que conocen. Que interrumpan sus saberes de lo que es normal, anormal o discapacidad. Hay maestros comprometidos que empiezan a ver ‘¿cómo hago?’, ‘ya me fijé que le gusta esto y nos vamos conociendo’. Se trata de un encuentro, de lo que el docente tiene para dar y de ver cómo puede hacer para que lo reciba de la mejor manera.

Por su parte, Camacho hace hincapié en la equidad y la calidad de la clase. “No se puede trabajar con una actividad pedagógica para todos por igual, porque el grupo es social. Hay que diversificarla”. Y lo más importante: “Para educar a un niño hay que poner al amor por delante. La sensibilidad, la seducción para aprender, para emocionar el cerebro de ese niño”.

Zardel rescata la actitud de los docentes que no se van con la etiqueta como si eso fuera todo el sujeto, sino que eso les genera posibilidades de relacionarse. Saben que tienen una responsabilidad ante el otro y cuando la asumen ya no lo toman como un deber drástico: “Ay, ¡tengo el niño con problemas!”. Y también está la otra parte que dice: “A mí no me formaron, estos niños requieren un docente especial, ¡yo no sé de eso! Y tienen razón porque su formación no está atravesada por ahí”. Pero también están los docentes que dijeron: “Bueno, vamos a ver qué hacemos”.

En la misma línea, el especialista cubano afirma que “la inclusión tiene que ser real pero también responsable. Yo creo que una cuestión de base está en cómo minimizar la angustia de la familia de una persona con discapacidad. La verdadera inclusión es el amor”. En sus seminarios rescata las viejas prácticas que muchas veces se nos olvidan: “el abrazo, el beso, el saludo, el tocarnos con la mirada. Estamos bajo el dominio de una cultura del descuido de la inmediatez, de la caracterización”. Muchas veces el sistema va en desmedro de los tiempos humanizados que exigen la empatía y la dedicación: “Lo pide el ministerio”, “hay que hacer una caracterización del niño y tenemos que entregarlo dentro de dos días”. A esto hay que agregar que las aulas están superpobladas, a veces con  40 niños que el docente no llega a conocer, pero tiene que presentar el informe. “Esa cultura a nosotros no nos favorece”, advierte.

Los docentes especiales y la escuela común

Al consultarlo sobre la experiencia cubana, Camacho explicó que “a un profesor egresado de la educación especial le es muy fácil entrar a la escuela general y trabajar con la problemática. Pero tenemos que perfeccionar al docente que ha sido formado en una educación con perfil general”. En este sentido comentó que, en Cuba, dentro del perfeccionamiento de la educación superior se está trabajando en formar especialistas integrales, con transdisciplinas, que conocen de desarrollo infantil, de prácticas de neurodesarrollo y con conocimientos de los diversos diagnósticos.

“Les advierto, porque me gusta prevenir antes que lamentar, que no todos los niños con diagnósticos podrán acceder a esa escuela inclusiva a la que aspiramos”. Y esto lo dice porque muchas veces las expectativas de padres y docentes exceden las posibilidades: “Es muy fácil integrar un niño con una deficiencia intelectual moderada, pero cuando se trata de una profunda, como es el caso del autismo, es más compleja la situación”.

Ampliar la idea de inclusión

“Educar no es solamente cumplir un curriculum establecido, sino que hay que pensar en la cultura, en el arte y en el deporte. Tenemos que formar ciudadanos y ciudadanas para que cuando egresen de la escuela estén preparados para la vida. Y es a eso a lo que la Unesco se refiere con la Escuela para Todos”, explica el presidente de la Asociación de Mundial de Educación Especial. “Si la escuela no prepara para la vida vamos a tener bulling en la calle, drogas, embarazos anticipados en la adolescencia”.

“La inclusión no solo va a acoger a estos niños con capacidades especiales, sino que tiene que interesarse por el crecimiento que está teniendo la pobreza en nuestra zona”, dice Camacho y pone el foco en que al sistema educativo y a las políticas públicas les tiene que interesar la población, por ejemplo, del Impenetrable del Chaco. La población originaria, los niños hospitalizados que por una enfermedad crónica están privados de concurrir a las escuelas, tienen que ser también sujetos de integración educativa.  

Las demandas de la sociedad actual

Para no hablar de pseudoescuelas y pseudoinclusión, hay que preguntarse quién enseña y quién aprende en la escuela de hoy. “La informática es un ejemplo: muchas veces el docente no reconoce esta herramienta para educar. Si no hacemos una reforma para adaptar el curriculum y las tareas pedagógicas para los alumnos estamos en un fracaso”, dice Camacho.

La mirada de Blanca Zardel va en el mismo sentido: “Afortunadamente, las prácticas que se ven en las redes sociales lo están cambiando todo. Hay ciegos que toman fotografías, que hacen parapente, que se tiran de la tirolesa. Hay sordos que son modelos, chicos con síndrome de Down que son diseñadores. Se empiezan a ver prácticas que los libros no preveían”.

Y ese es el desafío que tiene la escuela para todos. Hay que confiar, dice Blanca. “Las prácticas están forzando a tener que dar respuestas”.

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