Quiero más mujeres libres, no más hombres presos

Por el


A modo de homenaje, el día previo al último 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer) la diputada Panzardi presentó un proyecto de ley para sancionar el “acoso callejero” con hasta 30 días de arresto o multa equivalente en efectivo de hasta cinco remuneraciones mensuales en referencia a la mínima, vital y móvil.  Una iniciativa similar ya había sido presentada por el diputado Livio Gutiérrez el año anterior.

Otra vez, lo que se proponía era modificar el Código de Faltas. Porque si hay algo que tienen claro los diputados, es que todo problema social que tengamos debe ir a parar al código como nueva figura típica.

Pero resulta que la Cámara de Diputados de la Nación se les adelantó y entonces la ley provincial no será posible y serán los fiscales provinciales quienes deban instruir las causas por este nuevo delito.

No hay mujer que lea estas líneas y no haya sido víctima de acoso callejero. Y no hay varón que las lea y no sepa de qué hablamos. Todas nosotras y desde muy chicas nos aguantamos palabras o gestos desagradables.

Naturalizado e incorporado al folklore popular como una receta para reafirmar una masculinidad que es violenta y que no se cuestiona seriamente, las mujeres crecemos bajo la condición de víctimas de acoso incorporada y, por preservación y entre nosotras, fuimos creando estrategias para sobrevivir o repeler los hechos repugnantes y a los asquerosos.

Ya que “el derecho ve y trata a las mujeres como los hombres ven y tratan a las mujeres” (Catharine MacKinnon), analicemos el tema desde el punto de vista práctico: ¿Qué efecto puede tener esta nueva figura penal? ¿Creando este delito vamos a prevenir, sancionar o erradicar el acoso callejero?

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Pensemos, ¿quién te grita “te chupo toda” y después te muestra el documento y te da el certificado de domicilio, y todo eso delante de testigos predispuestos a ir a una fiscalía a declarar que efectivamente el tipo dijo eso? o ¿Les parece razonable que además de aguantarnos el manotazo que suele dejarnos la bombacha prácticamente en la garganta, tengamos que salir a correr al sujeto que nos sorprende de atrás, para pedirle que se identifique? Todo nos conduce a una ridiculez extrema a la que pretenden llevarnos –claro- a las mujeres.  

Tipificar al acoso callejero como delito no es más que otro nuevo culto a la santa demagogia porque “la solución” que esta vez nos proponen no consiste más que en empapelar comisarías y fiscalías con denuncias que por no poder identificar al agresor o insuficiencia probatoria, van a tener como destino “un archivo”. Y así conducirnos a nuevas frustraciones por impotencia, haciéndonos perder tiempo y más dignidad.

Again, “nuestros representantes” se prendieron a la maratón punitiva que pareciera ser la única competencia en la que se inscriben y nos ofrecen ante todo mal social, incluido el patriarcado, con muy pocos buenos resultados, hasta ahora y a la vista. Seguramente como consecuencia de un ideario represivo colectivo que persiste aún después de casi treinta y cinco años de democracia y que nos obtura crecer sin tanto dolor.   

Las soluciones que se deben ofrecer para terminar con el desequilibrio y abuso de poder no necesariamente deben transcurrir por el camino del derecho penal que jamás ha sido capaz de garantizarnos un mejor panorama y porque sus “soluciones” implican represión y sufrimiento y «hace falta ser idiota o asquerosamente deshonesto para pensar que una forma de opresión es insoportable y juzgar que la otra está llena de poesía”, dice mejor Virginie Despentes.

Es imprescindible que el Estado ponga énfasis en nuevas políticas criminales que se centren en la prevención más que en la represión o ¿todavía creemos que la discriminación que sufrimos las mujeres será resuelta por el mismo poder que la alimenta?

No es por el camino del punitivismo que nos vamos a deshacer de la convicción de que la hombría se afirma a través del ejercicio de la violencia. No es con la amenaza o el efectivo castigo (encierro o multa) y en supuesto nombre de las mujeres, que vamos a entender que es imprescindible construir nuevas masculinidades.

Para terminar con el acoso callejero habrá que apelar a recursos más efectivos como los medios de comunicación, la religión, la instrucción o la persuasión, en las escuelas, el trabajo y la calle. Porque como dice Rita Segato ”no es por decreto, infelizmente, que se puede deponer el universo de las fantasías culturalmente promovidas que finalmente conducen al resultado perverso de la violencia, ni es por decreto que podemos transformar las formas de desear y de alcanzar satisfacción constitutivas de un determinado orden sociocultural, aunque al final se revelen engañosas para muchos”.

Sandra Saidman- Asociación Pensamiento Penal

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