Buenavista, qué buena que estás

Por el


Sobre Lo difícil que es partir de Buenavista, libro de cuentos de José Gabriel Ceballos

Por Alfredo Germignani*

Lo difícil que es partir de Buenavista está compuesto por quince cuentos de uppercut calidad literaria. La geografía imaginaria donde se entremezclan la realidad y la ficción es un pueblo llamado Buenavista. Ahí, en ese pueblo, la literatura maquinada del cráneo de José Gabriel Ceballos nos envuelve en un universo fantástico de excepcional y súbita escritura tropical. En Buenavista pasa de todo. Pasan las páginas y la prosa creadora mete mano por aquí y por allá y los personajes aparecen, comienzan a moverse, a incomodar, a inquietar. Pasan los vivos actuando como muertos. Pasan los muertos actuando como vivos. Pasa la ficción. Pasa la realidad. Pasa sin darse cuenta. Como conducir una noche por una ruta extraña y aparecer ignorando cómo llegamos allí, a Buenavista… de eso hablo, de viajar y desaparecer y volver a aparecer. En otro lugar.

«Ejercicios nocturnos» es el cuento que inaugura el libro. Allí, los habitantes de Buenavista practican ejercicios nocturnos de evacuación, aunque nadie sabe exactamente cuándo comenzaron o por qué se llaman así. «El derrotero nunca es el mismo. Nadie sabe quién determina las variaciones, simplemente uno que va delante dice “por aquí” o “por allá” y los demás le siguen». Ceballos arremete con una dramática procesión espectral de personajes que sin solución de continuidad nos convierten en un personaje más de aquellas prácticas nocturnas. Una voz invisible que está ahí, entre ellos, es la que en realidad conduce: «Una regla tácita prohíbe hablar en voz alta y encender cualquier luz, siquiera un fósforo, cuando ya no se marcha bajo el alumbrado urbano. Otro recaudo es no desparramarse. Se supone que nos persiguen, que si nos descubren estamos fritos. Nunca dura hasta el alba. Al despuntar el día ya nos hallamos bien dormidos en nuestras camas, o por lo menos ya hemos olvidado la excursión lo bastante como para mañana tenerla por un sueño confuso».

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De lo colectivo a lo particular. En «Perfume fatal» nos sentamos en primera fila a observar a Paulino Alcántara, que va a suicidarse. Jugador compulsivo, perdió todo después de un día y dos noches de barajas. Del principio al final asistimos al proceso de autodestrucción, la mente alienada y el ineluctable precipicio del delirio consumado. «Los muertos merecen respeto, máxime cuando murieron en su ley. Porque tu muerte ocurrirá en estricto cumplimiento con tu ley esencial, la de los jugadores cabales. Su fundamento resulta sencillo: sin tener para apostar a los naipes, no lograrás seguir viviendo. Y por cierto que no ignorabas dicha ley, que cuando menos la intuías, la sentías en cada intensidad que te deparaba el juego». Y entonces aparece el olor a pan caliente que tiene el don de fortalecer la vida. No olvidemos que es pan caliente horneado en Buenavista. Esa fragancia tiene otro poder, esa fragancia puede ser fatal y transformarse en demonio en la cabeza perturbada de Paulino Alcántara.

«Pero más allá están las Hermanas Kroneberg» es un cuento mórbido y raro. De los que me gustan mucho. Las hermanas Anna y Sofía, siamesas unidas por la espalda, prostitutas, bellísimas en su deformidad, llegaron a Buenavista en una casa rodante. Un diálogo entre dos personajes claves (un chico y un travesti) es espléndido:

«—¿Sabés cuánto cobran? ¡Ni una estrella de Jóliud cobra tanto!

El énfasis no disipó aquella clasificación inicial, pese a la gravitación que con sus enseñanzas Sorpresita ejercía sobre el niño. Ratificó el travesti:

—Mirá, pibe. Con esas chicas se acostaron hombres importantísimos. Millonarios, hasta príncipes y reyes, se acostaron.

El niño mantuvo el gesto impenetrable.

—Es cierto que están cuesta abajo —admitió Sorpresita—. Por algo andarán trabajando por acá, pero siempre habrá quien pague lo que se le pida por un polvo con las Kroneberg, aunque ellas se caigan de vieja.

—¿Y por qué?

—Bueno, la mente humana es así.»

Buenavista habla por sí misma. Tiene voces innumerables. O eso pareciera. Que las voces se multiplican, se reescriben a sí mismas, desdoblándose en innumerables. Y de pronto estás caminando por sus callecitas, mirando por la nuca a los personajes. Y tal vez te convertiste en uno de ellos. En un vivo. O en un muerto.  

En «Flint Glass» el espectro de un bien dotado en vida Hernán Llamosas se enamora de la médium Lilita Bartoldi, historia relatada en primera persona testimonial por la matrona de ésta. «Adivino lo que está pensando. Bah, lo que sigue pensando sobre la Lilita Bartoldi, pero le ruego que no deje de considerar nada de lo que he dicho sobre ella. Y repito que reconozco su romanticismo… desmedido. Aunque en su favor debo mencionar un factor importante, sumamente importante. A ver, permitamé, acerque su oído. Coloqueló sobre mi boca. Así, así, algo más, y ponga concentración, por favor…

”¿Escucha? ¿Siente esos lamentos y esa angustia?

”El quebranto de los muertos, señor.

”¿Le parece fácil convivir con eso? ¿No sólo percibirlo, sino además interpretarlo, consolarlo, transmitirlo? Escuche, aguante solamente unos segundos.»

Por supuesto, ¿quién puede tolerar el lamento de los muertos?

Y quién a los moribundos… Así, por ejemplo, en «Vacaciones ocultas» tenemos a un poseído juez de paz, Nolasco Basualdo II. «La Aduanera» tiene por protagonista a Sarita y por tema el odio de Sarita. Este párrafo es fenomenal, síganme: «¿Cuánto mide el odio que anida en el enjambre? Si saliera a la intemperie, se expandiría inconteniblemente por el puerto. Pero nadie se pondría a medirlo porque, al instante de librarse ese odio, estallaría una borrasca, los barquitos zozobrarían, lloverían peces moribundos, los esqueletos de los ahogados resucitarían, los árboles y las casas se echarían a volar, las metralletas de los navales dispararían hasta la última bala, la noche caería en ambas riberas, cundiría un caos. El mundo se aterraría al comprobar cuánto odio puede engendrar el corazón humano»

«Radio Liberty en el aire» es un relato despampanante; por la gracia que causa, por la soltura, por la lengua voraz de su protagonista Tato Figueroa, un charlatán consumado que de un día para el otro cayó en Buenavista despotricando contra la gran ciudad, supuestamente. Inauguró una radio, la que da nombre al cuento, y a partir de allí, detrás de un micrófono, Tato Figueroa se convierte en una gran lengua filosa y poderosa que genera toda clase de perversas intrigas en el pueblo. «Una característica notable: el Tato jamás pronunciaba una mala palabra, jamás caía en un exabrupto. Lo suyo consistía en una suficiencia casi paternal para agraviar en aquel tono entre fatigado y resignado, que se acentuaba en sus momentos más terribles».  

En Buenavista, todos los cuentos se tocan elípticamente como si fueran planetas perdidos flotando en una misma constelación. En «Una noche memorable en el Farol Rojo» el escritor habla a través de las voces de metiches personajes variopintos, quienes capitalizan sus propias miserias parloteando alrededor de la vida del chico Juan Tolongo y el reventón prostibulario encauzado por sus pervertidas mentes atrapadas en aquel tugurio.

«Dos amigas» tiene por tema la belleza. Reina Nieves y Cuqui Donofrio. Una bellísima, la otra poco agraciada. La primera asistida permanentemente por la segunda. Reina Nievas, casi con cuarenta y pico de años encuentra la muerte a raíz de un cáncer fulminante. Sin embargo, ella no se resiste a lo terrible de la Muerte: se resiste a perder su hermosura. Su amiga, la Cuqui, convoca a los mejores especialistas del embellecimiento estético. Hasta el día de su muerte, «un coiffeur debía recogerle el peinado que acabaría siendo el definitivo».

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Y llegamos a la historia homónima de Lo difícil que es partir de Buenavista. Ceballos nos regala un cuento maravilloso, un polvo literario. Yeyo Vargas, un político corrupto conservador acaba de pasarse para el Otro Barrio. Él mismo asiste a su propio funeral, así arranca el relato. Camina, anda entre los muertos, mantiene diálogos con ellos; ya es uno más entre el montón. El montón de muertos, claro. Sin embargo, no es un muerto más, un muerto cualquiera. Es Yeyo Vargas, quien en vida fuera político horadador de las mentes subtropicales. Pero, dos veces pero, aquí aparece la estampa de los muertos del autor: «Los muertos de Buenavista no lograban abandonar el cementerio… Había excepciones, claro, pero muy raras… No faltaban quienes, en la desesperación por partir, intentaban hacer méritos tardíos. Tipos que se fingían inspiradísimos artistas, materialistas empedernidos que se mostraban utopistas, o fanáticos religiosos, o filósofos profundos…» Y acá viene un diálogo memorable: « ¿Y quién gobierna esto ahora?», pregunta Yeyo Vargas. «Nadie, quién va a querer gobernar», responde un ex colaborador suyo, también muerto. Más adelante: «Devolver a la población (de muertos) la esperanza… Aliviar aquella condena, alimentar la ilusión. Hacer creer que era posible irse. Mentir adecuadamente, bah, mentir con eficiencia y a perpetuidad ¿Y quién si no Yeyo Vargas estaba en condiciones de cumplir tal función? ¿Quién, sino el hombre que se había hecho elegir cuatro veces intendente municipal del otro lado del alambrado, pese a tantas promesas incumplidas y a tanto meter mano en la lata?» Los vivos somos los mismos muertos…

«Rufino Vergara, detective privado». Este cuento es sencillamente un círculo. Ceballos dice que su aspecto sólo puede intimidar a un imbécil. Así de caricaturesca es la figura de Rufino Vergara. Un tipo corrupto, extorsionador, chanta, delincuente, atravesando por los escenarios más bizarros de Buenavista, chantajeando, sencillamente, a quien pudiera hacerlo valiéndose de un modus operandi ruin y contumaz: espiar. Aparece en escena el escritor, a quien Vergara extorsiona para que escriba una buena historia sobre él, donde el  chantajista quedara bien parado, como un «gran detective». En una conversación que mantienen al principio del relato en un prostíbulo, el escritor lo atraviesa a Vergara en el ojo: «Alguien tan miserable no merece entrar en la literatura. Por lo menos, en la mía».

Ya estamos en Buenavista. En algún momento, llegamos. Nos paseamos por sus callecitas, por sus oficinas públicas, por sus antros, por sus barcitos, por sus plazas… Conocimos a sus personajes. Los olimos. Los tocamos. Los miramos. Los escuchamos. Los saboreamos. Anduvimos con sus muertos. Caminamos. Corrimos. Y llegamos. Los últimos cuatro cuentos de este libro «Visita de alto riesgo», «Feria de platos», «El insomne asediado» y «El mandato» son piezas extrañas de literatura, bellas en sus rarezas, en sus aproximaciones a las fronteras entre la realidad y la ficción. En esa pesadilla pueden aparecer: un imperturbable Franz Kafka en un patio chamamecero; una violenta guerra culinaria que termina en actos terribles; sitios, lugares, estructuras que se manifiestan, cosas que dicen, que interpelan, Buenavista hablando al insomne escritor por su boca más surrealista, si se me permite; bendita sea la literatura, maldita sea Buenavista. Qué buena que estás.

*Escritor y periodista

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