Memorias de abril: Juan Chico y los Qom de Chaco en la Guerra de Malvinas

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Abril es un mes cargado de memoria que, por un lado, nos remite a ese día 2 de inicio de la Guerra de Malvinas, y por otro, al 19 que evoca el Día del mal llamado Indio Americano. Por eso escribo esta semana sobre una muy buena investigación de Juan Chico, volcada en su libro bilingüe (en castellano y en qom) “Los Qom de Chaco en la Guerra de Malvinas. Una herida abierta”.

“Hay mucha diferencia cuando un pueblo cuenta su historia de manera colectiva, que cuando uno solo cuenta la historia de ese pueblo y más cuando ese individuo no pertenece al pueblo del que está hablando”.

Estas son las palabras con las que Juan Chico elige iniciar su libro, a partir de una investigación histórica insular, cuya aparición nos desoculta e ilumina zonas hasta ahora vedadas de nuestra historia nacional. Y para hacerlo convoca a diez veteranos indígenas: Eugenio Leiva, Guillermo Ortega, Benito González, Abel Mocoví, Rubén Asencio, Aldo Martínez, Carlos García, Argentino Benítez, Luciano Ramos y Dalmasio Amarilla, cuyas experiencias y voces hacen de este texto una trama coral de voces qom, de hermanos chaqueños, un aporte colectivo en tiempos de deshistorización y desmalvinización de nuestra conciencia nacional, para desactivar su memoria de luchas.

En primer lugar, porque conocer esa historia, la de los ex combatientes indígenas, “tiene un propósito descolonizador”, como sostiene Juan Chico, “ya que la lucha de los indígenas que combatieron en Malvinas en 1982, nos trae a la memoria aquellos indígenas que combatieron junto al gaucho Rivero hace 180 años, y desde ese entonces nuestros reclamos no cesaron hasta el presente”. Pero este libro indaga desde los orígenes de la conformación de nuestra conciencia nacional y no es ocioso que nos descubra, desde las invasiones inglesas, en 1806 y 1807, la presencia de combatientes indígenas, pampas, por ejemplo, luchando codo a codo con los criollos en defensa de la tierra ancestral ante las pretensiones imperiales británicas. Así como también, durante toda la guerra por nuestra independencia: desde la presencia de muchos indígenas en el ejército del norte de Belgrano (los coyas de Yavi, en especial), en los de Güemes,  sobre todo en el de San Martín y en el cuerpo de lanceros abipones de Estanislao López.

“Hace tiempo que venimos sosteniendo que en la defensa de nuestra soberanía los pueblos indígenas siempre estuvimos presentes”.

En segundo lugar, sostiene que la historia que aborda en este libro está atravesada por dos procesos histórico políticos de colonización integral de la conciencia y la vida nacional: el Proceso de Organización Nacional, cuyo sujeto histórico es la generación del ochenta y su líder paradigmático Julio Argentino Roca; y el Proceso de Reorganización Nacional de la última dictadura cívico militar. El primero de ellos, llevó a cabo la tristemente célebre campaña del desierto, la del sur, y la del norte de nuestro Gran Chaco. El padre de un soldado qom muerto en la guerra de Malvinas reflexiona ante ese trágico hecho: “Pensar que a mi hijo lo mataron los ingleses y a mis mayores los argentinos”. Heridas abiertas no cicatrizadas por la impunidad, el silencio y la desmemoria. Y el autor nos dice que los veteranos qom son hijos y nietos, descendientes de otros qom que pelearon por la soberanía de su pueblo, por su tierra y libertad. El ejército que secuestró, torturó, esclavizó y deportó a miles de familias indígenas, hace casi 120 años, representa un modelo de Estado que discrimina, invisibiliza y excluye a los sujetos sociales diferentes a su modelo civilizado, en este caso, a los pueblos indígenas. El segundo de ellos, utilizó el ardid de la guerra para tapar, como dicen algunos de los testimonios, las desapariciones y vejámenes que cometían contra el pueblo argentino para someterlo política, social, económica y culturalmente. Y concluye que no puede entenderse la guerra de Malvinas aislada del contexto de toda la historia nacional, y en particular, en el marco de lo que fue la dictadura del ’76. La clase de fuerzas armadas en las que se incorporaron, que no se preocupó por prepararlos ni dotarlos de armas adecuadas, ni de alimentación ni vestimenta indispensable para el clima de las islas, que estaqueó soldados porque tenían hambre y comían lo que podían o encontraban, revela a las claras que sólo servía para reprimir a su población, y no para defenderla ante un enemigo externo.

En tercer lugar, desde el plano de la acción militante reparadora, colectiva, Juan Chico presenta el Primer Encuentro de Ex Combatientes Indígenas de la Guerra de Malvinas, como un acto de reafirmación de identidad, como una necesidad de investigación de la participación de todos los indígenas chaqueños en la Guerra de Malvinas, cuyo primer resultado arroja que fueron 28 los que combatieron en las islas. Pero el saber más, significa acción organizada para buscar a los que faltan, para conocer el destino de los que cayeron en combate, de los que figuran como desaparecidos, para atender y reclamar atención al Estado acerca de las necesidades de esos veteranos que son nuestros héroes, desde la más básicas de salud y vivienda, hasta el reconocimiento social, cultural e histórico político que merecen y necesitan de parte de toda la sociedad chaqueña. Porque “hay que romper la cultura de la muerte”, nos dice, la que aparece como homenaje a los muertos y como indiferencia y abandono cuando los veteranos están vivos. Porque el proceso de desmalvinización caló y vuelve a calar muy hondo también en las propias comunidades indígenas.

Dos sueños de los veteranos indígenas de Malvinas: que esta historia, desocultada, malvinizada también desde la mirada indígena se enseñe en las escuelas; y Volver a las Islas Malvinas, de modo pacífico, con los hijos y nietos, para contarles allí a la sangre de su sangre quiénes fueron sus padres o abuelos en 1982, qué hicieron y sintieron y qué sienten ahora, en ese hipotético ahora que llegará algún día, ojalá más temprano que tarde, cuando estén de nuevo en las islas para rendir homenaje a los hermanos caídos, para contar la historia allí, en su propia lengua, la ancestral de sus mayores tan suya como tan nuestra para los argentinos y chaqueños de buenas memoria y voluntad.

Porque en este tiempo histórico político de desmalvinización, en la que Malvinas vuelve a desaparecer de nuestros mapas oficiales, cobra más vigencia que nunca aquello que escribiera en el 2013, en el prólogo de este libro: no podrá haber conciencia nacional plena sino alumbramos nuestra historia argentina desde las otroras tan vedadas presencias y voces indígenas, esos héroes que vienen de lejos pero que siguen estando muy cerca si los miramos con corazón y cerebro indoamericanos.

Conozco a Juan Chico, el autor de este libro desde el 2007.  Me confió a lo largo de estos años varios sueños: uno se convirtió en un texto indispensable: Napalpí, la voz de la sangre, estupenda investigación, en coautoría con Mario Fernández sobre la masacre de 1924 y el testimonio de Melitona Enrique; el segundo, en el descubrimiento de Pedro Valquinta, el anciano mocoví, último sobreviviente de dicha masacre, hecho que posibilitó el reconocimiento oficial de parte del Estado Chaqueño. Las voces de Napalpí es la versión actualizada de aquel primer libro. El tercer sueño, fue la realización del primer encuentro de veteranos indígenas, este libro, y buscar y encontrar a los que faltan.

Está escribiendo y reescribiendo nuestra historia desde la visión y lengua de nuestros pueblos originarios, desde la cosmovisión qom. Es uno de los necesarios con los que contamos en el Chaco. Seguirá indagando, escribiendo y protagonizando la historia del presente. Ya es uno de nuestros imprescindibles.

Francisco Tete Romero- Docente, escritor y editor.

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