La Antorcha Chaqueña y un origen épico del feminismo en el Chaco

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Les propongo en esta ocasión, a una semana del 8M, el Paro Internacional de Mujeres, indagar en los orígenes de las luchas feministas en el Chaco, que se remonta por lo menos cien años atrás. Lo haré a través de la evocación ficcionalizada del coraje de las mujeres de esa primera agrupación feminista, que hice en mi novela “La próxima lluvia”, publicada en 2016, bajo el sello de la Colección “Mulita” –editorial Contexto, dirigida por Mariano Quirós y Pablo Black. Esta organización fue conocida popularmente como “Mujeres de armas llevar”.

Supe de la existencia de La Antorcha Chaqueña hace diez años, gracias al Doctor Carlos Díaz, quien bajo el seudónimo de Zaid publicó en 2008 la novela “El año de la masacre” (en referencia a 1924 y a la Masacre de Napalpí) que tuve el honor de prologar y de presentar un par de veces. Busqué luego más información y sólo encontré los rescates que hacen José García Pulido en El Gran Chaco y su Imperio Las Palmas y el Dr. en Historia Eduardo Barreto, en su libro El sindicalismo en el Chaco en el período Territorial 1887-1951, sobre el accionar heroico de dichas mujeres antes, durante y después de las huelgas de 1919 y 1920 de los obreros del Ingenio Las Palmas.

Sin embargo, en todos los casos, sólo me fue posible hallar las hilachas perdidas, los ecos y restos de una historia mayor –sin imágenes ni fotos- que todavía no fue narrada, que aún no la recuperamos, para enriquecer nuestra memoria, para sentirnos herederos de esas grandes pioneras, para aprender de ellas, para despatriarcalizar nuestra visión de mundo como sostienen Rita Segato y el Colectivo “Ni Una Menos”, porque como escribía Walter Benjamin en su Tesis de la Filosofía de la Historia, “a la historia hay que pasarle el cepillo a contrapelo para que emerjan las voces de los marginados e incontables de la historia”. Para restituirles sus nombres, sus identidades, el sentido de sus luchas, su lugar en la historia de las voces múltiples y diversas de esta tierra caliente del Chacú.

Pude reconstruir parte de la historia de su organización, situarla temporalmente entre 1916 y buena parte de la década del ’20, ubicarla en especial en Las Palmas, en el marco de las actividades gremiales de la FORA (Federación Obrera Regional Argentina) en el Ingenio de Las Palmas del Chaco Austral, de los hermanos irlandeses Hardy. No eran menos de cincuenta mujeres, anarquistas en su mayoría, también socialistas y comunistas, inmigrantes o hijas de inmigrantes, predicaban tanto sobre la política como emancipación social, el sufragio femenino como un derecho básico, así como también sobre la igualdad entre el hombre y la mujer.

Su máxima líder fue María Antonia Ledesma y se destacaron por sus prédicas y acciones Inés Nogueira y Claudia Lopina. Se llamaban La Antorcha Chaqueña, porque sostenían que la participación política de la mujer alumbra el horizonte porque permite ver más allá de lo que creemos ver o de dónde creemos que debemos movernos. Pero popularmente se las conocía como “Mujeres de armas llevar”.

Transcribo a continuación un fragmento de mi novela “La próxima lluvia”, que recrea en clave de ficción la intervención que María Antonia Ledesma, Inés Nogueira, Claudia Lopina y diez mujeres de la Agrupación Antorcha hicieron en una Asamblea sindical, en Las Palmas, en 1924.

“Estamos en el Chaco, en Las Palmas, en 1924. Hay una Asamblea Extraordinaria convocada de emergencia por el Sindicato del Ingenio de Las Palmas , el de los hermanos ingleses Hardy, ante la posibilidad de que José García Pulido, Delegado Nacional de la Federación Obrera Regional Argentina, sea encarcelado –presidía esa Asamblea y fue citado de improviso por el Comisario-, se debate qué hacer ante esa amenaza que ven muy cercana.

Allí y así se conocieron Inés Noguera y Vicente Segovia. Porque Inés, junto a diez jóvenes mujeres y María Antonia Ledesma, la líder de las integrantes de la agrupación femenina La Antorcha Chaqueña, habían irrumpido en medio de esa asamblea para exigir a los hombres ahí presentes, algunos de los cuales eran sus maridos o novios, que no se quedaran de brazos cruzados por miedo a perder sus trabajos y salieran todos juntos a defender a su delegado nacional, a su camarada García Pulido. Caso contrario había dicho a voz en cuello María Antonia, nosotras las mujeres de Las Palmas les haremos a ustedes huelga de entrepiernas. Esa aparición intempestiva definió la voluntad de los asambleístas.

De pronto el salón explotó con aplausos, con el grito de varios sapucay, y se sintió la carga de los Winchester y varios de los presentes se pararon con sus puños en alto. Cuando se putea, en esas asambleas, recordará Inés y se lo dirá a Eleuterio seis años después, se maldice en seis lenguas distintas.

Festejaban  su decisión con nuevos estruendos de sapucay tras las palabras de Germán Figueredo, obrero fornido de casi dos metros de altura, que había tenido la ocurrencia de decir que si no peleaban por su delegado y por sus derechos ni siquiera nuestras mujeres nos van a respetar.

Fue en ese momento en que Vicente supo que Inés era algo más que una voz firme y potente.

Momento dice entonces con voz enérgica Inés. Sus compañeras aguardan expectantes. Muy bien camarada, así se habla, pero quítele el ni siquiera, y diga más bien sobre todo las mujeres, que no son de su propiedad ni de las de ninguno de ustedes, les perderemos el respeto. Somos sus camaradas, sus compañeras. Nuevo silencio, denso, interrumpido con alguna carcajada que no alcanza a ser estruendosa.

Son nuestras camaradas,  mujeres de armas llevar, se escucha al fondo. El vozarrón impone respeto. Es Vicente Segovia, también delegado nacional de la F.O.R.A, pero por el norte santafesino, no es alto como Germán pero no necesita serlo para imponer respeto. Su estatura es normal pero su voz y sus ojos miran a Inés como jamás nadie en su vida, hombre o mujer, la miró ni miraría. No busca someter, tiende un puente, firme pero misterioso y una se pregunta entonces qué habrá del otro lado y desea cruzar, conocer ese otro lado. Así lo recuerda Inés a Vicente, así se lo cuenta seis años después a Eleuterio.

“Mujeres de armas llevar”, esa era la consigna original con la que se identificaría casi siempre, las más de las veces despectiva o burlonamente, a las integrantes de la Antorcha Chaqueña y ese hombre había usado su lema para apoyar lo que Inés le reclamaba a Figueredo. Así se conocieron. Como si hubiera activado una contraseña tan conocida como ignorada, no por lo que dijo sino por cómo había modulado esa frase de batalla (…)

 

Eduardo Barreto, por su parte, en el libro mencionado, las presenta como verdaderas luchadoras sociales:

“Desde chiquitas ellas habían ido con sus padres tomadas de la mano hacia el sindicato y habían ido aprendiendo la jerga sindical y asumiendo de qué manera era una asamblea y de qué manera se combatía a la patronal. Estas mujeres comenzaron a realizar tareas, por ejemplo, de atender a los hijos de los obreros que iban a la fábrica; formaban bibliotecas, coros y orquestas musicales; pero además eran mujeres de armas lleva.

En la huelga de 1919 cuando se cavó la trinchera de la Zanja Soró de 200 metros de largo, que todavía se conserva en Las Palmas, ellas eran las que estaban al frente en la vanguardia del combate de los trabajadores y como no tenían armas para armar a los 2.500 obreros que estaban en la trinchera decidieron fabricar con palos de escoba simulacros de armas, de manera tal, que cuando en la noche la Gendarmería contaba que había 1.500 hombres armados, en realidad no llegaban a mil, porque las demás eran las mujeres que estaban con los palos de escobas.

Cuando en medio de la balacera cayó herido de muerte el obrero Francisco Coronel, dos mujeres corrieron a rescatar el cuerpo del compañero para traerlo a la trinchera y darle los primeros auxilios. De este tenor eran las mujeres que peleaban en el Ingenio Las Palmas. La agrupación se llamó Antorcha Chaqueña y el escritor José García Pulido que era Secretario General del sindicato, cuenta que ellas iban al frente de la lucha sin ningún temor a perder la vida”.

Cien años después de su  surgimiento como colectivo, su rescate del olvido premeditado nos alumbra un horizonte de sentido para alfabetizarnos/ despatriarcalizarnos política, cultural y éticamente. Para emanciparnos juntos,

“Juntos y a la par”, como cantaba Pappo.

Francisco «Tete» Romero- Escritor, docente y editor

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