Leonas: Mirta y Eliana Tapia a más de dos años del horror

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Madre e hija cuentan cómo la violencia cambió sus vidas. ¿Cómo se puede seguir después? ¿Qué esperaban de la sociedad? ¿Qué sienten con el agresor prófugo? La valentía es inconmensurable. La de estas mujeres que aún devastadas, no bajan la cabeza e intentan seguir viviendo. Y erguidas, hacen del dolor una fortaleza para que otras no pasen lo  mismo.

A Mirta la conocemos. Es esa madre aguerrida que acompañó a su hija en cada exposición pública. En cada audiencia de los dos juicios que Eliana tuvo que afrontar después de haber sido maltratada, golpeada, arrastrada… denigrada.

Raúl Sebastiani, prófugo de la justicia, fue hallado culpable como “autor penalmente responsable de los delitos de privación ilegítima de la libertad, agravado de ser cometido con violencia” y “culpable de las lesiones leves agravadas por ser cometidas contra quien mantenía una relación de pareja, con ensañamiento y por ser contra una mujer mediando violencia de género con tenencia de armas de fuego de guerra”, pero está prófugo.

Bohemia quiso escucharlas a ambas. A quien sigue luchando por recuperar la sonrisa, que rara vez se le vuelve a dibujar, porque el dolor la atraviesa, Eliana. También nos recibió su mamá, una trabajadora acostumbrada al esfuerzo y puntal indispensable del reclamo por justicia. Mirta tiene la ternura de una madre acogedora, pero las garras de una leona dispuesta a no abandonar su cría ante el asecho. Pero en sus ojos, aún con una sentencia “aceptable”, persiste la impotencia y el desgarro del sufrimiento de su hijx. La charla es amena, sin embargo el recuerdo es permanente, “desde el día del hecho, cuando Eli llega con su auto al estacionamiento del edificio que estaba lleno de otros autos. Toda la gente del edificio Juan Pablo, todos estaban en sus casas y en una hora en dónde la gente estaba en su hogar, acostados a la siesta o comiendo. Entonces yo digo Eli gritó 10 ó 15 minutos cuando Raúl la encerró en una pieza. Ella gritó en la pieza, gritó por la ventana. ¿Cómo en un edificio con paredes finas como esas, nadie va escuchar? -pregunta la madre mientras entre lágrimas insiste- no van a escuchar a lo mejor en el 6º piso, pero los demás seguro pudieron escuchar los gritos. Hasta hubo una persona (vecino) del edificio que hizo un comentario en un determinado lugar,  que ese día pensó (cuando Eliana dejó de gritar) que la había matado”. La impotencia embarga a Mirta, la que genera la falta de compromiso con el dolor del otro, la de imaginar que si sólo una persona hubiera intervenido, tal vez la sonrisa de su hija no se hubiera borrado. La vida de la familia no hubiera dado “un giro de 180 grados”.

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La mamá de una chica que sufrió violencia, que fue denigrada y reducida a “nada” sabe que hay que rearmar los pedazos de esa mujer para poder sobrellevar semejante dolor y soñar con superarlo hasta que sólo sea parte de su historia. La mujer lo sabe por ser su mamá pero sabe también porque como tantas otras debió y debe sobrellevar varias luchas “secarse las lágrimas y seguir” e incluso salir fortalecida. Mirta lo sabe y es lo que sirvió de sostén fundamental a Eliana ante semejante atrocidad.

Alguien pudo detener a la bestia

En ese momento, aquella siesta del 25 de agosto  de 2015, mamá no estaba y la bestia fue muy fuerte y estaba armado. Eliana luchó contra los golpes, cerraba los ojos cuando él gatilló en su cabeza con un arma de guerra, no podía hacer mucho más que pedir ayuda a los gritos. Gritó, gritó en la habitación, pudo escapar hacia una ventana y gritó hacia afuera hasta que “de los pelos la arrastró”. Mirta sigue sin entender la indiferencia de toda una vecindad o de los ocasionales transeúntes que pudieron oír el pedido de ayuda desde afuera. “Si no quisieron involucrarse pudieron llamar al 911, avisar a la policía o golpearle la puerta para ver si se le iba la ira, persuadirlo de que pare. ¡No puede alguien no hacer nada!”, exclama sin la capacidad de entender tanta parálisis. “Los que escucharon y no hicieron nada, no se preguntan si algo así les pasa a sus hijos qué harían. Yo siento que hay una sociedad que mira para el otro lado ante el dolor ajeno, una sociedad sin seres comprometidos, que les falta sensibilidad. Pero después del hecho otros, mayormente otras, nos comenzaron a apoyar. Y es necesario que haya gente que te ayude ante algo así, que te apoye sin necesidad de que le digas nada. Aunque hubo a quienes debíamos contarle detalles horrendos del sufrimiento de Eli para que nos crean”, cuenta la madre que sufre al recordar la morbosidad social de quienes pedían explicaciones del padecimiento.

El caso despertó el seguimiento y acompañamiento de organizaciones, como tantos otros que engrosan las listas de Chaco. La familia valora el apoyo y el sostén que significaron sobre todo, dice Mirta, cuando “la gente que vos queres que esté acompañando, no está. Porque claro, el caso era fuerte, muy fuerte y no era un tipo cualquiera, es una persona con muchos contactos, poder e influencia”, haciendo referencia al poderío económico de Raúl Sebastiani y su familia.

De hecho, ambas mencionan que “algunos medios de comunicación locales, de los más importantes, se negaban sobre todo al principio, a publicar la denuncia por cuestiones publicitarias”.

Conductas que deben llamar la atención

Hay comportamientos en un violento que no se condicen con lo que realmente es. Los profesionales sostienen que es característico que mantengan ciertas apariencias tales como que en público, generalmente, se muestren seductores, simpáticos, amables, pero en la intimidad de su hogar pueden llegar a ser muy agresivos y violentos. La mamá de Eliana no había notado los golpes ni las agresiones porque “Raúl era caballero, capaz de correrte la silla para que te sientes y esas atenciones con mujeres. Pero yo sí me di cuenta que usaba un carácter fuerte con Eliana y una conducta controladora hacia ella. Además ella sí cambió mucho, estaba nerviosa permanentemente y  como asustada todo el tiempo”. Es la forma que muestra Mirta para advertir a la familia, para ponerlos en alerta sobre ciertas relaciones tóxicas que incluso pueden darse durante la adolescencia.

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La última vez

Eliana, como tantas otras mujeres vivió diferentes formas de violencia previa a la “última vez” que fue golpeada. Son ellas las que deciden que esa sea la última vez. Yéndose, denunciando, poniendo límites al horror. “No fue la primera vez, yo no me animaba a contar. Él siempre se mostró como el copado, amable. Nadie me iba a creer”, dice Eliana mientras recuerda esa siesta de agosto de 2015, después de haber sido reducida a nada por su agresor, fue difícil enfrentar a su familia, a sus padres. “Es algo que te sacude. Te das cuenta que sabes hacer el duelo de otras cosas, sabes pasar otras crisis. Pero ante esto yo no sabía qué hacer. Creía que era un sueño que en algún momento me iba a despertar. A veces me preguntaba si lo había soñado o era real. Estaba muy confundida. Además, salvo una amiga que me insistía que haga la denuncia, el resto trataba de persuadirme de que no lo haga. Que era muy poderoso, que tenía mucha plata. Todos tenían miedo. Y yo también. A pesar de que no fueron más que dos o tres personas con las que tuve contacto antes de ver a mis padres. Recién pude enfrentarlos y contarles al otro día”,  detalla Eli.  

Lo que quizá pocos saben es que, luego de la violencia de esa siesta, Eliana fue llevada por su agresor a la casa de unos amigos de él. “La llevó a lo de Gastón Arias -cuenta su madre- la recibieron hecha pedazos. En esa casa estaba su esposa y su suegra. Hicieron lugar en la pieza del hijo para esconderla”, detalla. Pero Eliana interrumpe para aclarar: “No me dejaban salir. Yo logré pedir ayuda por teléfono a una amiga y ella me fue a buscar, pero no me dejaban salir, si mi amiga no se imponía, no lo iban a permitir”.

“Ellos la guardaron como a un tesoro, lo encubrían y se negaban a entregar a Eli -refuerza Mirta en el diálogo e insiste- Nos conocíamos con esa familia también. Podían llamarnos, tenían nuestros teléfonos y no lo hicieron. ¿Y si ella tenía golpes internos? Pudo haber pasado cualquier cosa, no quiero ni pensar que pudo pasar si sus amigas no la llevaban de esa casa -reflexiona la madre y recuerda- pero no sabían cómo hacer para avisarnos a nosotros. La vimos recien al otro día y seguía con la cara hinchada, los dientes rotos, golpes en la cabeza, llena de chichones. Fue horrible”.

Qué sigue después del horror

“Yo no tuve otra opción”, afirma contundente Eliana para contar que luego de esa “última vez” que la agredió fue “necesario” hacer la denuncia no sólo en busca de justicia, sino en lo inmediato, “para frenarlo”. La valentía es inconmensurable. La de estas mujeres que, aún devastadas, no bajan la cabeza e intentan seguir viviendo como pueden, haciendo del dolor una fortaleza para que otras no pasen lo  mismo. “Yo tenía que frenarlo. El ya había hecho esto otras veces y siguió. Incluso después de ese día él siguió, era una persecución constante. Y yo tenía mucho miedo. No dejé de hablarle totalmente, respondía sus llamados. Creía que hasta no hacer la denuncia tenía que seguir hablándole. Estaba aturdida, muy confundida y con miedo, porque no sabía qué podía pasar. El no paró de llamar, mandar mensajes todo el tiempo, insultándome de todas las formas más denigrantes, quería que vuelva. Entonces yo dije: esto no va terminar”.

Y ahora, a más de dos años del horror, incluso con dos juicios sustanciados, una condena y con el culpable prófugo ¿cómo se sigue?

“Esto a mi me implosiona. Todo el tiempo, constantemente. Hay algo adentro mío que explota de a ratos. Hay momentos, recuerdos, temores que van y vienen -cuenta Eliana y lamenta- no me escucharon”.

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Quizá esa es la frase que cabe para aquellos gritos de agosto de 2015 cuando nadie hizo nada, aún creyendo que podía matarla. Tal vez antes, no “escucharon” el cambio de humor y de estabilidad de una mujer que era maltratada pero no sabía cómo terminar con eso. O probablemente la advertencia de que Sebastiani podía fugarse y no aceptar la condena, como lo habían advertido desde la querella y la propia víctima, pueda también reducirse en esa frase. “No me escucharon”… y a pesar de eso enfrentó lo adverso y luchó porque tomó la decisión de que sea “la última vez”.

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